Un plan de seguridad, ¿se lo puede elaborar de la noche a la mañana, al calor de la impaciencia, del desafío o la prepotencia?
La Intendencia del Azuay, a tono con lo expresado por el gobernador y las recomendaciones de las Fuerzas Armadas, ha puesto en aprietos al alcalde de Cuenca y al prefecto.
El Ejército recomendó no realizar actos masivos con motivo del Carnaval. La intendenta remató al decir su verdad: no ha sido aprobado ningún plan de contingencia
Aquellas autoridades han organizado una serie programas carnavaleros para divertir a la población, sin importar costos, peor la seguridad, si bien apelan a la tradición y a la reactivación económica.
Son actos masivos, no exentos del consumo de alcohol, en los cuales puede ocurrir lo imprevisto en materia de seguridad ciudadana, siempre en riesgo ante eventuales ataques terroristas por parte de grupos de delincuencia organizada, liderados por el narcotráfico, mucho más si, como lo advierte el jefe militar, en estos últimos días, de la cárcel de Turi han sido trasladados a La Roca, en Guayaquil, varios “líderes” de bandas delictivas, una decisión no aceptada por ellos.
La aparente flexibilización de las autoridades de control puso a correr a los organizadores de las fiestas, proponiéndose a presentar los planes de seguridad, como si estos fueran fáciles de elaborar. En teoría podrán hacerlo; ¿pero en la práctica, mucho más si, posiblemente, no tendrán apoyo policial, peor militar?
Aquellas autoridades, ¿aprobarán esos planes hechos “a la voz del carnaval”, sin cumplir con los parámetros establecidos para el efecto?
Actuar con serenidad, ponderación, sensatez, no está por demás cuando el país libra una guerra interna. El Carnaval es una fiesta popular. Bien se la puede disfrutar en familia, con los amigos, vecinos.
No necesariamente implica derroche del dinero institucional, posiblemente con intenciones políticas o de “caer bien” a la juventud.