El Ejército hizo un hallazgo inusual, increíble; pero vergonzoso y repudiable a la vez, revelador del poder de los grupos de delincuencia organizada y de la corrupción carcelaria.
Descubrió una verdadera suite en la cárcel de Turi, escenario de varias masacres entre internos, de tener siempre luz verde para el ingreso de armas de todo calibre, drogas, celulares, en fin, todo artículo para convertir en paraísos las celdas, en las cuales, se supone, ingresan los sentenciados para pagar sus condenas.
No hacía mucho tiempo los presos improvisaron en el patio central de esa cárcel una piscina. Sólo con esto el país quedó estupefacto y preguntando cómo así, quiénes lo permiten, dónde están los cómplices, quién tiene el verdadero control de la prisión.
Esas y otras preguntas vale repetirlas ahora tras el descubrimiento de una suite, en cual, aparentemente, estaba recluido uno de los “líderes” de una de las bandas criminales más poderosas, consideradas por el Estado como terroristas.
Los lectores conocen ya los lujos, prebendas, comodidades, su equipo de seguridad y armas para satisfacer el “buen vivir” del recluso, trasladado ahora a otra cárcel.
Vale insistir: ¿Quiénes permitieron convertir un par de celdas en una suite, desde la cual el recluso seguía delinquiendo, incluso en el interior de la prisión por medio de extorsiones y amenazas al resto de detenidos?
El trabajo del Ejército y de la Policía, al amparo de la declaratoria de estado de guerra interno, permite semejantes hallazgos; igual la ejecución de otros operativos a gran escala, como el efectuado este martes en Ecuador y en España, dando un duro golpe a la mafia albanesa.
Según se acorta el tiempo de intervención del Ejército en las cárceles, ronda la inquietud ciudadana sobre el futuro inmediato en materia de seguridad; peor cuando vuelvan a manos de la misma entidad permisiva, cuya reestructuración es un clamor nacional.