La falta de lectura

Nancy Negrete Martínez

Hablar de la falta de lectura y de lectores es un eterno problema; esta problemática social es tan recurrente que, incluso, se ha normalizado.

El último censo del INEC, muestra que más de la mitad de las personas no leen por falta de interés, falta de tiempo o por problemas de concentración; y, el tiempo destinado, para aquellos que leen, es de una a dos horas semanales. Por edad, los que más leen son los jóvenes entre 16 y 24 años (probablemente por su vínculo cercano a las instituciones educativas durante su formación académica) y los que menos leen son quienes tienen más de 65 años. Según el estado conyugal los solteros leen más y los viudos, menos.

“La ausencia de lectura nos hace menos libres”, señala Crisanto Pérez (2021) y, efectivamente, nos resta la posibilidad de estar preparados para saber elegir; a más de esto, la experiencia de enriquecernos con otros conocimientos queda limitada al aquí y al ahora (a las barreras geográficas y cotidianas).

Muchas veces, la lectura se entiende como una obligación y no como un derecho. Los planes lectores, si bien, en algo aportan, aún no hay un verdadero trabajo de motivación para que la lectura se convierta en un acto placentero; tampoco hay los profesionales suficientemente preparados para que guíen en el camino de la lectura. Adicionalmente, se suman las conductas de los adultos en los hogares, que afectan directamente en el proceso lector y en la pérdida temprana de interés por la lectura en los demás miembros de familia; por ende, el compromiso de amar la lectura está dentro y fuera de casa.

Esto nos lleva a la reflexión de que un país sin lectores está condenado a la ignorancia y a la pobreza; a limitar el crecimiento y desarrollo, sin considerar que el aumento de los conocimientos y la ampliación de la cultura son claves para mejorar la calidad de vida. (O)