Desde la perspectiva del principio de placer no enajenado, la fiesta es el último reducto de la colectividad. En una sociedad hiper individualizada, solo la fiesta constituye un espacio de encuentro desinhibido con los demás. Se trata de una liberación y ruptura, no tanto de las trabas y límites sociales, como de los que nos imponemos a nosotros mismos en función de las lógicas de organización de la vida cotidiana, que nos mantienen productivos, sumisos y lejanos. Pero la fiesta, ese gesto de generosidad compartido que nos hace celebrar la vida y conjurar el dolor y la muerte, establecer otras actitudes y formas de entender el tiempo, de ensayar nuevos roles, de borrar las arbitrarias jerarquías, de exponer distintos anhelos, gozar la diferencia y establecer conexiones humanas desconocidas, en un ambiente de disfrute y plena autonomía. La fiesta es un exceso que nos permite retornar a la armonía, comprendiendo dónde debe estar centrada la atención y las prioridades. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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