Es el título del primero de los trece relatos del libro, “Cuentos Morlacos”, del escritor cuencano Manuel M. Muñoz Cueva, narración que recrea la esencia del costumbrismo cuencano en la celebración del carnaval que, siendo tan universal es genuinamente local también, por la forma tan particular de sentir, vivir y celebrar en la intimidad familiar y comunal que caracteriza a nuestro carnaval.
El carnaval cuencano, convertido en una tradición festiva de identidad, se nutre de prácticas culturales y sentimientos de solidaridad, reciprocidad y generosidad de su gente, expresados en la participación fiestera casi colectiva, pero conserva también, como directrices, los preceptos de licencia y liberalidad de sus orígenes que borran las fronteras sociales para que todos participen en igualdad de condiciones de la celebración, del jolgorio y del juego, y así, al grito de “agua o peseta”, se moja sin distinción de edad, sexo, jerarquización familiar ni social, aunque a veces también puede ser aprovechado para dar paso a bajas paciones revanchismos y venganzas, como en este cuento, la prioste del Pase del Niño del Martes de Carnaval, es víctima de una venganza personal al ser agredida en la procesión, por un jugador de carnaval que es su enemiga disfrazada, quien increpándole: -“Sucia…para que sepas ganar pleitos…”-, le arroja vitriolo en el rostro, y después se vanagloria satisfecha, – ¡¡“Pero la hice… la hice un buen hecho…!!
Manuel M. Muñoz Cueva, autor de “Cuentos Morlacos” y “Otra vez la tierra morlaca”, emerge con propiedad en el modernismo cuencano en la primera vertiente de la generación de 1924, junto a Carlos Cueva Tamariz, Remigio Romero y Cordero, Rapha Romero y Cordero entre otros, como analiza María Augusta Vintimilla, comenzó a publicar sus relatos sobre costumbres del pueblo azuayo, bajo el epígrafe de “Crónicas populares” en los diarios locales “La Unión” y “La Crónica”, entre 1924 y 1925, y recién en 1931, recopilados en la primera edición de “Cuentos Morlacos”, un clásico de la narrativa cuencana. (O)