El Estado y a través de la justicia, trata de cumplir con los seres humanos en términos de equidad, de respeto, de protección, de brindarle los servicios básicos, de seguridad, de seguridad alimentaria, de brindarle fuentes laborales, servicios hospitalarios y farmacológicos, movilidad a través de un buen sistema vial, etc.
Todos tienen espacio a ser beneficiarios, así como obligaciones que cumplir, más están a la orden del día un cúmulo de inequidades que muestran una distribución asimétrica de cargas y beneficios, según sea la clase social, la etnia, el género o el grupo etario. Se generan desigualdades o injusticias en el acceso, una exclusión producida en la calidad de vida, con afección al bien común. Están presentes aspectos como la pobreza con sus mil manifestaciones; así la ausencia de hogar, de padres, de alimentación y de educación que oferte al ciudadano, la posibilidad de contar con un futuro que garantice lo mínimo en el desarrollo de su vida. Los estratos pauperizados no cuentan con casi nada, están inmersos en un mundo de lodo y penurias, que les vuelve frágiles frente a las mafias que sin exigir casi nada, más allá de que sepan disparar y no tengan el menor ápice de remordimiento por una vida humana, procedan a ingresar en esa trágica vida del sicariato. Y se forman verdaderos ejércitos de estos pobres seres humanos que son el resultado de las inequidades sociales, muchos de ellos llegan a las cárceles y en su interior sabemos lo que ocurre. Son inmersos en el mundo del consumo de las drogas, para su consumo y comercialización y constituyen grupos humanos mayores que toda empresa lícita en la injusta sociedad a la cual pertenecen.
El Estado tampoco fomenta el cultivo de los deportes y prima una praxis política de corruptos que se reparten el pastel sin dejar ni las migas para ese famélico pueblo al que dicen defender. Por ello miramos como se junta el agua con el aceite y prima la impunidad en el mundo delincuencial de cuello blanco. (O)