“Déjenlo volver”

 Jorge L. Durán F.

Sí, él; el de las camisas interculturales, de corazón “patiardiente” y recientemente auto declarado de ser un “vulgar guayaquileño”, en apenas tres años, izando la bandera de la soberanía, mandó “al Cairo” y a todos los basurales a la CIDH cuando otorgaba medidas cautelares a sus enemigos políticos y periodistas. ¿Qué de malo hay en eso?

Sí, él; el que clama y proclama no haber conocido el mínimo indicio de corrupción, peor de haber participado de algún chanchullo durante su “década ganada”, en la cual ganaron todos los verde flex, ahora incoloros, desgarbados, huidos, presos, pidiendo posada en embajadas, lo que buscó era entregarse en cuerpo y alma al país. ¿Qué de malo hay en eso?

Por eso y por mucho más, vale reproducir aquel estribillo del “déjenlo volver”, el grito de guerra con el cual se quería el regreso del “Loco que ama”, otro que buscaba los altares.

Sí, qué malos, qué perversos quienes se oponen a que vuelva el que voló y voló, ignorando que, como lo pregona, sería traicionado por su delfín, don Lenín; luego por otros como Carrascal y Aguinaga, menos por Glas, quien prefiere cargar solito la pesada cruz de los pecados mortales antes que cantar la madre de todas las verdades.

Qué malos los periodistas, los asambleístas, la fiscal general, que a tiempo se dieron cuenta que, en las reformas al Código Integral Penal, las cincuenta marionetas bajo su mando pretendieron, en la oscuridad de la noche, introducir unos cuantos artículos y una disposición general, que le abrían las puertas para que retorne a la “patria altiva y soberana”.

Sí; qué maldad, si ellos apenas buscan que las sentencias ejecutoriadas por nuestra maltrecha justicia, pero justicia al fin, sean restregadas por un organismo internacional de derechos humanos, si es posible por su otrora archienemiga la CIDH, o cualquier otro ente, que ahora abundan en el mundo pretextando la defensa de estos derechos.

Qué odiosos esos que, enterándose de tremenda “metida de mano”, armaron la de San Quintín, cuando ellos únicamente pretendían es que esos organismos, hasta el Vaticano si fuera posible, determinen la existencia del “indebido proceso” en los juicios en contra de su líder, o del dueño de sus voluntades, más claro, con lo cual bastaba para que vuelva, para que asome como el Lula ecuatoriano.

Una cosa es que puede volver sabiendo lo que le espera; otra, la de que lo “dejen volver” pero sin mancha ni pecado original. Sobre esto último, los asambleístas honestos tienen la palabra. (O)