Las noticias y las opiniones que se difunden y publican en Ecuador y también en el mundo, persiguen siempre llamar la atención de los posibles lectores. Eso es legítimo. Sin embargo, a veces o muy a menudo el objetivo de tener un público interesado lleva, tanto a editores de medios de comunicación como a personas que se expresan por redes sociales a buscar y a proponer contenidos que seduzcan a la gente.
También, quienes escriben opinión o la exponen por cualquier medio, pueden intentar tener mayores niveles de aceptación tratando temas que interesan por sus características de violencia, desafío, irreverencia o alto impacto, relacionadas directamente con lo quieren los grandes grupos sociales que no están interesados en el lenguaje afinado y apropiado, así como tampoco en la sensatez del análisis y menos aún en la prudencia del enfoque.
Por el contrario, por diferentes razones relacionadas todas con la banalidad, la vulgaridad y su irresistible encanto, el mercado mediático está condicionado en gran medida por lo que es craso, escandaloso, escabroso y violento. Así, quienes generan contenido, lo transmiten y quieren ser leídos a cualquier precio, adecuan su discurso a esa pueril exigencia de un público-masa ávido de epítetos altisonantes, insultos, injurias y descalificaciones del otro. El debate entre políticos y también el que se da en otros ámbitos sociales, se adapta a ese requerimiento masivo, siendo aplaudido cuando cumple con esas exigencias circenses o ignorado si es que se da en planos de mayor respeto y mesura.
Uso de adjetivos injuriosos
El cruce de opiniones entre personas, políticos u otros, para que tenga impacto mediático en Ecuador, no puede dejar de estar matizado por la utilización de adjetivos injuriosos, vulgaridades expresadas con desafiante desenfado o insultos grotescos que son festejados por ávidos lectores que celebran la diatriba y la descalificación. La grosería y la bascosidad generan altos niveles de audiencia, incluso entre quienes se autodefinen como intelectuales, que aplauden exultantes el odio destilado y el insulto, claro, porque el que recibe esas adjetivaciones se las merece y debe ser vilipendiado. Así cambiamos el mundo y sus circunstancias. ¡Brillantes!
Ese nivel de debate nos identifica y a algunos nos avergüenza, porque pese al remilgo estético y ético, formamos parte de una sociedad que tiene esos bajísimos niveles de educación o, desde lo antagónico, esos altísimos niveles de mezquina ignorancia y socarrona maldad.
Ese nivel de debate, casi una pelea callejera sin reglas, no resuelve nada. Sirve para que la insidia se posicione y sea celebrada por los lectores y para el fortalecimiento patológico de una emocionalidad que requiere del vituperio y del insulto. Las condiciones sociales no cambian por una pelea burda entre individuos, así estos se autocalifiquen como eruditos y conspicuos ciudadanos. La transformación, sobre todo, es cuestión de alcanzar cambios en las categorías culturales y en las estructuras sociales. Analizarlas y comprenderlas requiere de trabajo metódico y disciplinado, así como de desarrollo de la capacidad de involucrarse con ellas como partes integrantes de un universo que nos incluye a todos, por acción u omisión.
La descripción de las estructuras sociales
El método científico describe el funcionamiento de la materia y al hacerlo comprende las relaciones que se dan entre sus partes para luego utilizar esos conocimientos en la elaboración de productos de toda índole. La tecnología es uno de los resultados de esa poderosa práctica que marca con fuerza definitoria a la civilización.
Las ciencias objetivas no emiten juicios de valor sobre el funcionamiento de la materia en cualquiera de sus manifestaciones, se concentran en descubrir las relaciones entre sus elementos y en las posibilidades prácticas que representa ese conocimiento en la construcción de una cultura humana cada vez más sofisticada en este aspecto y también cada vez más dependiente de las formas de vida que se derivan de la ciencia y la tecnología.
Las ciencias sociales, igualmente, buscan describir el funcionamiento de las formas de organización construidas para la convivencia humana, pero al hacerlo no siempre se inhiben de prescribir nuevas modalidades. Es decir, describen la situación, pero también proponen estructuras diferentes para mejorar lo alcanzado con los sistemas descritos. Ahí se encuentra la diferencia entre las ciencias objetivas y las sociales. Estas últimas no son exactas por su propia naturaleza humana que implica una serie de factores únicos que no se encuentran en la materia, como las ideas, los ideales, las creencias, emociones, sentimientos y una serie de características que no pueden ser aprehendidas por el algoritmo o lo numérico.
Desde lo dicho se puede visualizar la importancia superlativa del aporte de las ciencias en general para la comprensión tanto de lo material como de lo social.
Ya en el escenario de las ideas y de lo humano, en el de las ciencias sociales, el entendimiento de la historia de la civilización en general y de los pueblos en especial, así como el discernimiento del funcionamiento de las estructuras que permiten una forma de vida social u otra, son fundamentales para el debate y en consecuencia para la toma de posición respecto a tal o cual situación, ya sea política, económica, moral, jurídica o cultural.
Ese nivel debe ser el más alto posible porque de él dependen las perspectivas que adopta la sociedad sobre una situación u otra. Me refiero a la masa crítica que identifica a los pueblos y a los ecuatorianos respecto al tratamiento que damos a temas cotidianos y vitales, como la lucha por el poder político, el ejercicio del mismo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, la incorporación o no de principios y valores morales; y, todo el variopinto panorama conformado por el abigarrado conjunto de toda clase de situaciones sociales.
El nivel del debate nacional es parejo en todas sus instancias. No solamente la Asamblea Nacional, el Ejecutivo, la Función Judicial y los otros organismos públicos y privados comparten ese bajísimo estándar de discusión, sino también los individuos, la academia, quienes hacen opinión; y, por supuesto y sobre todo, quien presenta las ideas contenidas en este texto y las suscribe.
Debemos mejorar todos y eso es posible si asumimos colectivamente algunas realidades que son obvias y dejamos de insultarnos para concentrarnos en lo estructural y moral.
El cambio social deseado
Como ya lo expresé en el párrafo anterior, no viene de la sistemática descalificación del otro. Tampoco del insulto ni la diatriba. Menos aún del vilipendio como arma. Pues, todas esas formas cultivan el disenso que se acrecienta por el permanente fuego cruzado de los unos en contra de los otros y de todos contra todos. El cambio social deseado está estrechamente relacionado con el hecho de asumir responsabilidades propias y colectivas en el producto histórico forjado, el Ecuador contemporáneo.
El cambio, también está asociado al debate serio sobre nuestra ética comarcana de menosprecio al otro, de vergüenza de ser, de reivindicación altanera ya sea de abolengos, débiles intelectualidades o patrimonios financieros, de ladino doblegamiento frente al poder de turno, de validación del insulto contra el que se opone a lo que se considera correcto.
La transformación positiva de nuestra sociedad requiere de compromiso fáctico con el imperio de la ley, lo que significa respeto irrestricto de las normas y rechazo social al incumplimiento de ellas por una razón u otra, ya sea por la acción criminal del avezado delincuente o por el egocéntrico criterio del atildado ciudadano que considera que su punto de vista individual es superior al plasmado en el derecho positivo.
La educación sigue siendo el mecanismo más poderoso para cambiar y desarrollarnos como ciudadanos sostenibles. La condición de sostenibilidad, directamente relacionada con el cuidado de la vida de todos y del todo, se la alcanza no con el manido discurso sino con el respeto practicado y no solo declamado de la dignidad de las personas y con la preservación consciente del medio ambiente.