Es innegable que vivimos una crisis de valores, y entre ellos, la integridad parece ser “una especie en peligro de extinción”. La ONU define a la integridad como la práctica de ser una persona honesta, respetuosa, que se adhiere a valores y toma decisiones positivas de manera consistente, incluso en ausencia de supervisión. Además, señala que actuar con integridad conlleva beneficios personales, sociales y profesionales, por lo que es fundamental fomentarla desde una edad temprana a través de una crianza positiva.
La filósofa y escritora Ayn Rand aborda este tema en su obra La Rebelión de Atlas (1957), donde la integridad se presenta como una cualidad esencial que refleja la autenticidad y la firmeza en seguir los propios valores morales y éticos, incluso frente a presiones externas o tentaciones. Rand argumenta que la integridad va más allá de la honestidad y se centra en la coherencia entre las creencias y las acciones de una persona. En otras palabras, actuar con integridad implica que mantengamos coherencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos.
En el ámbito académico, por ejemplo, la integridad implica que todas las personas en una institución educativa se comporten de manera honesta, justa, responsable y respetuosa. Ejemplos de integridad incluyen la entrega de trabajos originales en las instituciones educativas, escuchar y respetar las opiniones de los compañeros en el trabajo, asumir responsabilidades en la familia y actuar para proteger el planeta.
Al mantenernos firmes en nuestros principios cultivamos una autoestima saludable y una conexión más profunda con nosotros mismos y con los demás.
Como el ecritor británico C.S. Lewis hubiera dicho: “La integridad es hacer lo correcto, incluso cuando nadie está mirando”. (O)