Florecer en el Otoño

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

“Los años son como las estrellas, cuantos más son más claro es el camino”, nos dice el maestro Carlos Portela y evoca con nostalgia la conversación con un viejo gaucho de la interminable pampa argentina.  Y evoca la sabiduría del hombre que ha vivido, que ha sabido vivir. Ese que lleva en el alma incontables cicatrices que, como el fruto maduro que cae desde el árbol añoso, se van convirtiendo en historias y enseñanzas.

Y en verdad, que lindo es mirar a los viejos perderse en su propia memoria y navegar por la nostalgia de otros tiempos. Y cuando digo viejo, no lo hago, en absoluto, con una pizca de lástima o de menosprecio.  Lo hago con cariño y admiración. Lo hago pensando en mi propio viejo, mi viejo querido, ése pilar fundamental que llevo en mi vida, ese viejo cuyo amor y lealtad seguirá siendo verdad cuando todo lo demás sea mentira.  Y es, ciertamente, maravilloso el escucharle contar mil veces la misma anécdota desde esos años que existen en su memoria como un retrato en sepia, porque cada vez la cuenta diferente, porque cada vez le añade detalles y colores, rocío de la aurora helada a las faldas de un volcán, garúa de páramo, calles adoquinadas, óleos, acuarelas y un viejo tren silbando entre los imponentes nevados de los Andes.

Pero cuidado, porque aún tiene mucho que contar, que hacer, que inscribir en su futuro, sobre todo desde la llegada de la nieta aquella que le renovó el mundo. Porque no podemos equivocarnos pensando que las canas significan que lo mejor ha quedado atrás. Sería injusto, sería quitarles valor, sería negar el hecho evidente de que tienen todavía mucho que aprender, construir, producir, crear…. Ellos que, con frecuencia, suelen estar más vivos que nosotros. Más vivos, porque tienen más claridad; porque disfrutan la vida más de lo que lo hacemos quienes vamos a la carrera por las ocupaciones del día, que no dejan más que dinero, es decir, poca cosa. Porque ellos ya entendieron que lo cuenta es lo vivido, no lo ganado. Que los abrazos, al final, cuentan más que los nombramientos. Mucho más… (O)