La fiera consecuente

Aníbal Fernando Bonilla

Así titula uno de los poemarios de Margarita Laso (Quito, 1963). Tres partes integran este corpus dedicado al monte y al trueno, al cazador y al bosque en donde anidan canarios y colibríes: “Pólvora fiera y toro”, “La fiera consecuente” y “El árbol de labios combustibles”. Los primeros textos retratan al bravo toro, a partir de su imponente presencia en el lomerío: “toro de la altura furor de negro fuego / parado en la cuchilla / de tinta o de carbón la furia entraña / tu corazón quemado de minero”.  Y, con ello, las hojas de los árboles, la acechanza de la fiera, el lenguaje de la cascada, las manos del labriego junto al azadón y el aullido de los lobos.

Evocación de volcán, pero también de latente trepidar de besos y ausencias: “(…) este cielo / no es sino la llama que me marca / candente lumbre que te espera”. Es la búsqueda del pescador en el risco, en tanto, el sol se oculta de las frustraciones. Es laceración que provoca insomnio y desaliento. De repente, la historia se retiene en el mármol y en las batallas milenarias de aguerridos soldados surcando horizontes y quebrantando imperios con escudos, espadas y caballos de piedra. Los ríos atraviesan senderos inhóspitos, miradas selváticas, ambientes calurosos, en tanto, el viaje encausa al objetivo de reencontrarse con la pareja: “ahora viajo / voy a tu encuentro // las lágrimas del monte inquietan el oído / y la neblina con sus lomos de serpiente / el corazón // en la húmeda noche / que llevas y te lleva / las hojas tienen el sonido de besos que bendicen”.

Voz melancólica que produce “lágrimas de cera” y que cierra cicatrices en cada configuración metafórica. La fiera consecuente (El Ángel Editor, colección Flor de Ángel, 2012) emerge de la roca, el manglar y las tinieblas como un necesario alarido que profundiza la plenitud y provocación eterna. No cabe duda, que Margarita Laso le canta a las flores y a la vida. (O)