Con menos del sueldo básico, que recibe de su jubilación, Ángel ‘El Negro’ Aguirre sobrevive en Cuenca. La ciudad le cautivó, entre otras cosas, porque encontró algunas similitudes con su natal Catamarca, provincia ubicada al noreste de Argentina. Una de ellas es el “cantadito sin guitarra”.
Quienes le vieron jugar, le recuerdan como un ‘crack’. Incluso el mismo exjugador del Deportivo Cuenca, Liga de Quito, Barcelona y Liga de Portoviejo señala con seguridad y sencillez: “Con ‘El Negro’ Aguirre se tocaba con violín y piano; sin ‘El Negro’ Aguirre era un triste rasgueador de guitarra”.
Guillermo Reinoso, catalogado como uno de los grandes futbolistas catamarqueños, lo trajo al Expreso Austral en 1974. Pese a sus buenos dotes con el balón, se fue a mediados de 1975.
Aguirre no celebró el subtítulo con Deportivo Cuenca
Deportivo Cuenca dejó fuera del equipo a Aguirre por “un problema que tuve en una discoteca… Pude haber tenido un desliz, pero tenía que haber ido por lo menos a un careo…”.
Aunque no pudo festejar el subtítulo del Deportivo Cuenca ni la clasificación a la Conmebol Libertadores, celebra como propios esos logros. Paradójicamente, en 1976 reforzó a Liga de Quito que eliminó al Cuenca en la primera fase del certamen continental.
Compartiendo el mediocampo con Polo Carrera enfrentó a la mayoría de sus excompañeros, aún dirigidos por Reinoso: Enrique Aguirre, Hugo Barrera, José Mesiano, Fausto Klinger, José Gatty, Jorge Vélez, Gonzalo Castañeda, Aldo Villagra, Ángel Liciardi. La mayoría seleccionados o preseleccionados nacionales.
En 1977 llegó a Liga de Portoviejo. Diario El Correo le recuerda como “aquel espigado medio campista argentino de los cambios de frente con pases de 30 o 40 metros”.
Con el conjunto verdiblanco registró su mejor campaña en el balompié ecuatoriano: convirtió 16 goles, 13 oficiales. Su gran temporada no pasó desapercibido por Barcelona que en 1978 le contrató junto a Juan Madruñero.
Accidente que aceleró el retiro de Aguirre
Se retiró del fútbol en 1986 tras un accidente en cancha mientras vestía la camiseta de Liga de Cuenca en el Nacional de Ascenso. En la visita a Juventus de Esmeraldas, “un chico me pegó dos codazos y me agarró con la boca abierta”.
Aunque quiso seguir jugando, sintió que algo no andaba bien cuando quiso parar un balón y más bien le impactó en la canilla. No pasó mucho tiempo para que se desplomará en el piso y empezara a convulsionar.
Un infarto cerebeloso y una trombosis le dejaron el medio cuerpo semiparalizado. Desde que empezó en el fútbol siempre tuvo que lidiar con lesiones no tan comunes, pero la que tuvo a sus 38 años le marcó para toda la vida.
Recuerda que a los 12 años “me quebraron un brazo”. Después, cuando jugaba en su provincia, por hacer una gambeta, el rival “me pegó un codazo. Cuando quise morder un sánduche, no pude abrir la boca. Tuve 45 días la boca cerrada con alambre”.
Al quedarse sin posibilidad de volver a jugar y tras separarse de su primera esposa, buscó la manera de sobrevivir. En Catamarca encontró el respaldo de amigos que trabajaban en el Municipio y se dedicó a la carpintería.
Después empezó a buscar oportunidades para dirigir y hacer uso del título de director técnico que lo obtuvo en la Asociación de Fútbol de Argentina.
Prejuicios sociales por una discapacidad
Buscar trabajo como director técnico no ha sido sencilla. Aguirre aún encuentra gente que considera que no tiene la capacidad para desarrollar bien el trabajo porque “está arrengo”.
“Yo ya no estoy para jugar, estoy para dirigir. No importa que sea arrengo, no me afecta para nada, pero tengo bien la máquina (el corazón) y la sesera (el cerebro). No tengo problemas para transmitir lo que aprendido toda la vida en una cancha de fútbol”.
Tras la pandemia de la COVID-19 “me jubilé de pantalón corto. Apenas me alcanza para comer, pero bueno, ahí le damos. Digo pantalón corto porque con apenas cinco años (de trabajo) tuve la suerte de jubilarme. Me dijeron que ya no podía trabajar por la edad”.
Aguirre tiene 75 años. No pierde la esperanza de dirigir algún equipo. Mientras se presenta la oportunidad ayuda a vender los helados que elabora su compañera de vida Rosita Castro.
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