A raíz de los acontecimientos entre nuestro país y México, los ecuatorianos habrán asimilado cuan fuerte y poderosa es la corrupción.
Un solo individuo, es más, un exvicepresidente de la República, condenado por corrupción y con otros procesos encima, uno de ellos, según la denuncia de la agraviada, por violencia de género, ha sido capaz de poner de cabeza al Ecuador, de enfrentarlo diplomáticamente con México, sin contar con el desenlace a nivel de la OEA y en la ONU.
Sí, sí; la corrupción ha llevado al país a esos extremos. Esto, por cuanto el protagonista no es cualquier personaje en el ámbito político.
Se trata, nada menos, de un exvicepresidente, parte de un movimiento político de alguna manera sectario, dirigido por un cacique, con amigotes en el “bajo mundo”, de los cuales, varios están prófugos de la Justicia, disfrutando en otras naciones de sus fortunas mal habidas o enjuiciados en los tribunales de los Estados Unidos por lavado de activos, como es el caso del excontralor Carlos Pólit.
Trátase de una corrupción transnacional, con padrinos y gobernantes listos para acogerlos, pretextando persecución política y violentando normas expresas del Derecho internacional, como las de no convertir a sus sedes diplomáticas en refugios de personajes con sentencias en firme, peor concederles asilo político, como, lamentablemente ocurrió con el personaje de marras.
Ese tipo de corrupción tiene también como padrinos y cómplices a gobernantes de otros países. La aúpan, la consideran sacrosanta, y echan “agua bendita” a sus amigos “progres”, sin importarles el enfrentamiento entre naciones.
Al fin y al cabo, comparten una misma ideología y las mismas prácticas cleptómanas. Por ello se solapan, hacen causan común, cuando, como el caso del exvicepresidente, la Justicia les cae encima y termina sentenciándolos.
Los ecuatorianos deben poner en contexto el trasfondo el lío con México. O se está en contra de la corrupción o se la aúpa.