Carlos y Luis, oriundos de Ambato, viven entre 24 y 26 años en la ciudad de Nueva York a causa de la falta de oportunidades en Ecuador y la crisis de los años 90.
Era 1998, Carlos había culminado sus estudios en la Universidad de Guayaquil y su siguiente meta era una beca para estudiar en España. Todo se sostenía en aquella aspiración de un joven lleno de sueños e ideas.
A 15 días de su viaje, le llegó la noticia de que su beca fue negada y retirada. Como balde de agua fría, acabó con su esperanza y con su futuro.
Con el pasaporte en mano, pero sin un plan, decidió acompañar a un amigo hasta Panamá para “probar suerte”.
Hacia una nueva oportunidad
Carlos relata que su madre y un primo fueron quienes lo convencieron de tomar el reto y viajar hasta Nueva York.
La travesía le tomó cinco meses ya que cruzó toda Centroamérica, enfrentó un sinnúmero de experiencias que prefirió dejar en su paso por el desierto.
Al día siguiente a su llegada, se puso a trabajar en una empresa de confección de carteras de cuero. Cuenta que no fue duro adaptarse, que le tomó dos o tres meses “agarrar el ritmo” de la vida en Nueva York.
«pARA Mí, LO MÁS IMPRESIONANTE FUE VER UN TREN EN LO ELEVADO»
Carlos, migrante ambateño.
Anécdotas y retos
Entre risas menciona que aprendió a tomar el tren porque su primo, quien era el que lo llevaba al trabajo, decidió renunciar a la empresa en donde trabajaba y le retiraron el auto que manejaba.
Uno de los retos a superar fue precisamente ese: aprender a movilizarse en transporte público. “Cuando iba a trabajar, me iba buscando un asiento que esté cerca del mapa y me sentaba pegado ahí para ir checando hasta llegar a la dirección”.
Salida de Luis, el segundo hermano
La mayoría pensará que Luis viajó por influencia de su hermano, como sucede en muchos casos, pero lo que realmente pasó es que el negocio familiar de fabricación de casacas de cuero cayó a raíz de la crisis del 2000.
“Todos mis ahorros los perdí en el Feriado Bancario y uno se desesperaba de ver que no había, o sea, no había de dónde sacar nada. Uno se quería proyectar algo, pero no se podía”,. Dice Luis que ese fue su motivo, pero tenía miedo ir solo.
Su idea se concretó cuando un amigo del pueblo le contó que también quería migrar y fue ahí cuando empezó la travesía. Pero las cosas no se darían como planearon.
«lA IDEA ES QUE VAMOS A APRENDER»
Luis, migrante ambateño.
Después de vivir un calvario, su llegada a las tierras americanas, se hizo realidad. Luis, sin tener mucha experiencia, logró conseguir un puesto como carpintero en Newark, Nueva Jersey, donde tuvo que aprender, de cero, a realizar varias tareas relacionadas con el área.
«En una cama pequeña, prácticamente dormíamos tres»
Luis, migrante ambateño.
La dura realidad
Los préstamos obtenidos para pagar a los “coyotes” son de los primeros enfoques en los que centran su atención los migrantes. Carlos cuenta que su deuda fue de aproximadamente 13.000 dólares y que logró pagarlo en cerca de dos años.
Entre gastos, la soledad y el trabajo, el adaptarse a la “Gran Manzana” no le ha resultado nada fácil, como muchos piensan.
Sin embargo, cuando les pregunto si tuviesen en su poder la oportunidad de regresar el tiempo y encontrarse nuevamente con la decisión de si migrar o no, ¿lo seguirán haciendo? Ellos respondieron sin pensarlo mucho:
– “No hay estabilidad en el país de nosotros”
– ”Lamentablemente el Ecuador no se presta para hacer nada, ni sobrevivir”
Su decisión no ha cambiado. Ahora, más establecidos, aseguran que estando en Estados Unidos ayudan mucho más a sus familias.
Como muchos ecuatorianos, eligieron que este sea su destino; llegaron sin rumbo, pero con la idea de empezar una “nueva vida” y ahí es donde se quedarán.
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El especial sobre migración Del Sur al Norte es parte del trabajo de titulación realizado por Paulina Calle, estudiante de Periodismo de la Universidad de Cuenca, con el apoyo de Diario El Mercurio.