En este abril se cumplen diez años de la muerte de Gabriel García Márquez. El autor de Cien años de soledad (1967) no sólo que traspasó con tal obra el umbral de la inmortalidad literaria, sino que legó para las generaciones venideras una propuesta narratológica conjunta con sello inconfundible y singular: el realismo mágico.
De él se ha hablado y escrito en demasía, ya por la abundante y metódica producción escrita, ya por la obtención del Premio Nobel de Literatura (1982), ya por la denodada tarea periodística, ya por el aporte en el ámbito cinematográfico, ya por el compromiso de ideales progresistas.
García Márquez, compulsivo lector de Hemingway, Faulkner, Kafka, Woolf, y multifacético creador, fue en esencia contador de historias, mitos y conflictos que tienen un denominador común: la realidad (o realidades) de Latinoamérica, ya que precisamente una de sus más recurrentes obsesiones fue trasladar a la inventiva los quebrantos, cicatrices y utopías de nuestro continente. Para lo cual hizo magistral muestra de sus atributos escriturales a través de la novela y el cuento. A más de su afán reporteril, especialmente con la crónica. De los años juveniles queda un manojo de poemas que dan cuenta de su avidez iniciática por encontrar el rumbo concreto y definitivo en el amplio campo de las letras.
Desde luego, no se puede soslayar la impronta del Boom, cuyo efecto en el plano editorial fue categórico, traspasando las fronteras nacionales. Del grupo aquel conformado por Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes, Donoso, es indiscutible el estandarte estilístico garciamarquiano. En los 60 y 70 del XX se desarrolla esta corriente fundamental inscrita en la historia literaria universal.
El también artífice de El coronel no tiene quien le escriba (1961), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985) fue un riguroso trabajador de la palabra y -como él mismo lo dijo- un “cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir”. Los descendientes inmediatos (aunque a contracorriente de su voluntad) han hecho público el manuscrito En agosto nos vemos (2024),con lo cual al parecer se cierra la bibliografía íntegra del narrador colombiano.
En sus textos hubo de compendiar en buena medida la problemática del hombre que raya entre lo real y lo sorprendente, desde el ambiente macondiano palmario para la posteridad lectora. (O)