Por mis quehaceres cotidianos y profesionales transito con frecuencia por las calles Lorenzo Piedra y Pichincha, en el barrio La Gloria. Dos casas antes de llegar a la segunda caminando por la primera, hay un pequeño restaurante de nombre Sabor a Hogar. Cada vez que paso por ahí veo a un señor leyendo, en una mesilla; sospechaba que, mientras la mayoría saborea los aderezos del café con corrillos, él lo hace con la lectura.
Un cierto día, al verle en la misma posición y actividad, vencí a la curiosidad e ingresé intempestivamente al local. Antes siquiera de saludarle, una señora me invitó a ocupar un asiento y ofrecer lo que tenía al momento. Gracias señora -le dije-, vengo simplemente a ofrecerles amistad, particularmente al leyente que hoy mismo tiene un pequeño libro de pasta azul, que pensé es de la colección Ediciones Orbis, pero me responde que no es de filosofía sino de literatura.
Se identificó como César Dávila Astudillo y su acompañante, María del Carmen Rodas, su esposa. Acota que lleva el homónimo de tu tío César Dávila Andrade, eximio poeta, escritor y ensayista, cuya obra más reconocida es Boletín y elegía de las mitas, suicidado el 2 de mayo de 1967. Hoy, en homenaje al asiduo lector y a su tío autor de Catedral salvaje, así como a las lectoras adolescentes Amelia y Valentina, ofrezco esta cuartilla.
¿Para qué y por qué leer? Hay que hacerlo no solo porque no se puede conocer a mucha gente, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer vencida por el espacio, el tiempo, la comprensión imperfecta y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional. Busqué en los clásicos una respuesta más convincente a la mía y escogí la de Sir Francis Bacon: “No leáis para contradecir o impugnar, ni para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o discurso, sino para sopesar y reflexionar”.
Algunos amigos me han acompañado durante largos años y otros recién se han incorporado, a todos ellos debo mi gratitud porque han consolado mis decepciones, me han hecho reír, me contagian sus impulsos, pero, hay uno que desde que lo conozco no me abandona: es quien restaña mis heridas y por él atisbo el mundo y su memoria, por él conozco a quienes vivieron en otra geografía y otro tiempo. Él ha sido más íntimo que cualquier fe, amor o amigo: ¡Feliz Día Libro! (O)