Desarrollaré una visión de lo que vivimos en Ecuador, que siendo parte de lo que la humanidad experimenta, tiene características propias que solamente nosotros como lugareños las entendemos y sentimos de la manera en la que lo hacen quienes forman parte de una determinada cultura.
Las formas de convivencia en la contemporaneidad han adquirido un estatus marcado por lo cambiante, inestable, fugaz y casi inasible. Los acontecimientos se relacionan con nosotros como si fuesen parte de un relato caleidoscópico que se materializa y evapora al mismo tiempo.
Los que prosperan en este escenario, no son, ni mucho menos, quienes reflexionan, piensan y proponen. Esa posibilidad, es cada vez menos frecuente, siendo aquellos que la practican, una especie cultural en extinción. El momento histórico favorece al audaz, irreverente y procaz, características de los tradicionales bufones, con la diferencia de que éstos tenían una aguzada inteligencia.
El nuevo escenario, entre nosotros, rápidamente excluyó a formas tradicionales de ser y de gobernar que discursivamente proponían referentes éticos y estéticos como validadores de sus acciones. En su lugar y sin ninguna dificultad, se posicionaron comportamientos que menosprecian cualquier forma social más o menos depurada. Así, en la administración pública actual, conectada con un pasado reciente similar, palabras y frases que antes no se concebían como propias de un mandatario, marcan el discurso oficial, formando parte de un panorama más amplio, en el cual acciones de gobierno como el trato a la vicepresidenta, el manejo de la crisis con México o la gestión de la emergencia energética, representan la continuidad histórica de la prepotencia y de lo pedestre.
Por fortuna, no todo es así. La señora fiscal general del Estado, una mujer seria, correcta y atildada en su trato, es fuente de inspiración para un sinnúmero de conciudadanos. Su inclusión entre los cien personajes más influyentes del mundo, corrobora el criterio que sobre ella tenemos muchos de nosotros.(O)