La pandemia como partida y me convertí en campesino. Vivo en Tarqui y siento el vivificante frio, la brisa y el rocío moja mis plantas cuando camino muy de mañana, pues en este entorno es muy difícil quedarse en cama. Disfruto de un café caliente con un simple pan de los vecinos y todo va endulzado con la asombrosa visión desde mi ventana, donde el verde del potrero se solaza en su belleza, con lunares que son mis caballos, una de mis pasiones en la vida, que desde muy de mañana salen al pastoreo. En la tarde, tengo con mucha frecuencia la visita nerviosa de una familia entera de venados, que saben que mis pastos son los suyos y no me tienen miedo e incluso, se dejan acercar a unos metros. Difícilmente creo poder dejar de vivir en el campo, pues solo regreso a la ciudad para mi trabajo en el hospital y compras y retorno desalado.
Pero aquí viene lo espeluznante. Me detuve contándoles mi feliz rutina, pero ahora me toca decir lo espantoso. Apenas recorrí unos cientos de metros desde mi madriguera y llegando a la Y de Tarqui, que en poco tiempo se pobló de negocios, casas y tráfico, vi dos automóviles que se chocaron a gran velocidad de frente. La camioneta, rompiendo un recio cerramiento de ladrillo y verjas de una casa vecina, se encontraba parada, literalmente, sobre su trompa y paila y llantas traseras venteaban él lugar del triste accidente. El otro auto pequeño, donde iban estudiantes de medicina a trabajar en Girón, era un amasijo de hierros y plásticos retorcidos y la ambulancia que acababa de llegar, intentaba acomodar a los heridos graves con fracturas expuestas y más y además ya tendidos en el asfalto, dos cuerpos cubiertos con una piadosa sábana blanca, esperaban se abran las puertas de sus cielos para entrar.
El momento fue dantesco y todos los vecinos, con la cara denudada del espanto, sacaban fuerza para ayudar a los heridos de graves laceraciones e inconscientes, algunos.
Entiendo que un redondel, por lo menos, se vuelve imperioso y debería construirse aquí lo que convenga técnicamente, pues soy testigo en múltiples ocasiones de accidentes, unos pequeños que no pasaron de insultos y reclamos, mientras que otros fueron graves, sucedidos en este entrecruzamiento antitécnico de vías.
Ojalá alguien que tenga la posibilidad de acción de esta obra, lea este artículo, donde no exagero ni un ápice y que no resultaría demasiado oneroso su implantación, pues existe espacio público suficiente que evite expropiaciones caras. (O)