La magia de la palabra

Hernán Abad Rodas

El 23 de abril se celebró el Día Mundial del libro; fecha fijada por la UNESCO en 1995. Justo alrededor de esa fecha murieron tres grandes de la literatura universal: Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega.

La lectura o goce de los libros, ha sido considerada siempre entre los encantos de una vida culta y respetable para quienes se conceden rara vez ese privilegio. Es fácil comprenderlo cuando comparamos la diferencia entre la vida de un hombre que no lee y la de uno que lee.

El libro vuelve a la vida, cada vez que se lo abre, ésa es la MAGIA DE LA PALABRA, para comprender esta magia es necesario aprender el arte de leer, y así aspirar a ser hombres libres, y no esclavos, residentes habituales de esta cárcel de arcilla que es nuestro cuerpo.

El hombre que no tiene la costumbre de leer, está apresado en un mundo inmediato con respecto al tiempo y al espacio, su vida cae en una rutina fija; está limitado al contacto físico y a la conversación con unos pocos amigos y conocidos, y sólo ve lo que ocurre en su vecindad inmediata.

Cuando una persona toma un libro en sus manos, entra en un mundo diferente, y si el libro es bueno, se ve inmediatamente en contacto con uno de los mejores conversadores del mundo; éste lo conduce y lo transporta a un país distinto, a otra época, descarga en él, algunos de sus pesares personales, o discute con él un aspecto de la vida de la que el lector nada sabe.

Pedir a un hombre sabio que enseñe a nuestros hijos a leer un buen libro y a escribir, sentarse a solas en una nube de calma, invitar a la luna a contarle nuestra angustia, estar a solas en un atardecer, llamar a los insectos para decirles nuestra pena, y considerar a los libros como nuestros amigos, esto para mi, es felicidad.

Me considero uno de los soñadores, nostálgicos, uno de los que se resisten a vender su alma al vértigo con el que hoy vivimos y consumimos. Leer es un PLACER A FUEGO LENTO, un gozo que exige esfuerzo.

La tinta electrónica carece de la sangre necesaria para celebrar el ritual sagrado de la lectura. No tiene páginas de papel que se despliegan como alas, no huele ni suena, ni acompaña como lo hace un libro entre las manos, dormitando sobre el velador, despatarrado sobre la cama; erguido, enigmático y soberbio, sobre las estanterías que embellecen nuestras paredes.

Vivimos en un mundo convulsionado, y para emancipar nuestros corazones y liberar nuestro espíritu, seamos amigos de los libros, y comencemos a leerlos. Las palabras tienen vida: bendicen o maldicen, alientan o abaten, salvan o condenan. (O)