Padre corrupto, hijo corrupto

Jorge L. Durán F.

Un buen hijo, siempre que haya sido criado para que lo sea, comenzando por darle buen ejemplo, preguntará a su padre de dónde, cómo así, de pronto comienza a llegarle dinero por montones.

Si el padre es funcionario público, y con mayor razón si es el contralor general del Estado, el hijo, excepto que sea un tonto de remate, ha de sospechar que está dando malos pasos.

Con los demás hijos, con su madre, le preguntarán que cómo es que comienza a ser más que un rey Midas.

Igual lo haría un buen padre si nota que su hijo comienza a cubrirse con cobijas bañadas en dólares, y a viajar por el mundo pagando por adelantado todos sus placeres, incluidas propinas y regalos.

Un buen hijo, un buen padre, han de cuidar, aun a prueba de bala, el honor de la familia, el aprecio de sus amistades; si son funcionarios públicos – más si es el contralor general – con mayor razón, porque es el guardián del uso correcto de los recursos del Estado.

Los hijos deben honrar a sus padres; pero también los padres deben honrar a sus hijos.

Pero en el caso de Carlos Pólit y de su hijo John Pólit Esteves, los dos optaron por mandar por el caño, honor familiar, reputación profesional, enlodar el aprecio y confianza de sus amistades. Y, lo que es peor, enlodar al país, a los millones de ecuatorianos de buena fe y de buen corazón, entre ellos a los que conseguir un centavo de dólar al día les cuesta sudor y lágrimas.

Se han corrompido a sí mismo. El padre corrompió al hijo; el hijo al padre, y entre los dos a toda la familia. El uno por recibir millones de dólares provenientes de otros corruptos a cambio de darles vía directa para que hagan todas sus trapacerías en contra del Estado; el otro por ayudarlo a lavar el dinero sucio creando empresas fantasmas, triangulándolo con argucias de todo tipo.

El único error que cometieron es tratar de consolidar su falso paraíso, no aquí sino en los Estados Unidos, donde el padre, posiblemente salga de la cárcel en ataúd; donde el hijo, por el momento pasea en libertad con su rostro enlodado, pero de una libertad que le impide dar la cara, ni siquiera de ir al baño sin sentir antes asco de sí mismo.

Si lo hacían aquí, a lo mejor les iba bien por la calidad de justicia y de políticos que tenemos, cantores del tango Cambalache; donde – ¡vaya desgracia de la República! – pelotones de gallinazos, comandados por el “gallinazo rey”, ahora reniegan de aquel padre corrupto, dicen no conocerlo pese a calificarlo de contralor 100/100, de ser “simpaquitísimo”, y de haber sido incubados en el mismo vientre carroñero y corrupto.

P.D. Los gallinazos me perdonen por la comparación. (O)