Las peleas de gallos aparecen desde hace 6.000 años en el valle del Indo y la antigua Roma también fue su presa. Nuestra herencia española y conquista, acarrea el ruedo, pues en las carabelas traían gallos que los mantenían ocupados y divertidos, rompiendo así el tedio y vaivén de las olas.
Nuestro club, de años ya, es un reducto de honor y respeto. Amparados por el Centro Agrícola, mantenemos la cancha impecable y siempre nos reunimos amigos dilectos con respeto y cordialidad. Dirigido y organizado por una persona que es el alma, todo es de lo mejor. Él se encarga del cobro de cuotas, mantener nítido todo con personal uniformado que labora cuando es requerido en limpieza de jaulas y local, incluso el día de las peleas, luego de cada una de ellas y que, de paso diré que se realizan por decenas, están prestos con aspiradora en mano para limpiar plumas y sangre de la contienda.
Detalles como restringir entrada a socios únicamente y que, si alguien tiene un invitado, mediante el genial WhatsApp, pide permiso con antelación para poder llevarlo.
El cotejo de aves y orden de peleas se realiza con antelación en una jornada de pesaje, pues las aves pelean por peso y no por simple criterio del dueño.
Los fumadores egresan del local para hacerlo. Nunca se apuesta más de pocos dólares y muchas se hacen en la euforia de la contienda a viva voz y con el dedo que acepta el reto. El que pierde es el que siempre se acerca al ganador y paga su apuesta.
Al soltar los gallos, nunca falta un apretón de manos entre los dos dueños, quienes salen inmediatamente del campo, quedando solo el juez, experto y lleno de criterio que decide con reglas inamovibles imposibles de discusión.
Finalizada la pelea, el perdedor recoge el gallo ganador ajeno y lo entrega delicadamente en manos del que ganó, junto con un abrazo de asentimiento. Respeto y honor se llama esto.
Los tragos son infaltables, más nunca en demasía. Jamás vi un borracho en años y peor aún pleitos por la bebida. Todos comparten su botella y el que tiene hambre se acerca al infaltable seco de carne o pollo en la sección de alimentos.
Los políticos deberían aprender a tener honor y dignidad como en nuestra gallera. La peste del correísmo cita a Diana Salazar para explicaciones de uno de los tantos casos que involucra a la fetidez verdosa y la presidenta de la comisión de fiscalización, Pamela Aguirre, con el más vil engaño, pone en videollamada al prófugo Ronny Aleaga para debatir. Hizo bien la fiscal en abandonar la sala inmediatamente bajo protesta. ¿Por qué no aprenderán honor y dignidad de nuestra gallera? (O).