Madres ¿qué ha pasado con vosotras?

Padre Bolívar Jiménez Álvarez

Casi siempre, la emotividad y el entusiasmo circunstancial no nos permiten ver y decir las cosas tal cual son, sobre todo cuando son desagradables. El pasado domingo celebramos el día de las madres y cuántas palabras de elogio, gratitud y reconocimiento sincero se han dicho. No es para menos, la madre cumple un papel singular en la existencia de cada ser humano y merece de sus hijos, todo ello y muchísimo más. Pero… ¿todas merecen elogio? Varios dirán sí, llamados como estamos por el afecto natural, pero es hora de enfrentarnos a la verdad.

La sociedad está en crisis, la naturaleza humana moralmente se está auto-degenerando aceleradamente debido a un sinnúmero de factores, la familia está herida, y en ella, el rol de la esposa y madre es cada vez más débil y superficial. O si no ¡veamos! Madres a la fuerza, porque consciente o conscientemente sólo les interesaba la aventura y el placer momentáneo, por ello ante el brote de una vida inesperada en sus entrañas recurren a la solución fácil: el aborto. Madres simplonas, porque no se prepararon para ello, quisieron el matrimonio con alguien que se acomodara a sus gustos pero no entendieron que engendrar un hijo es asunto que demanda conocimiento, dedicación y mística, de ahí que sus cuidados sólo estén limitados a satisfacer las necesidades más superficiales, y lo que es peor, de mala calidad. Madres irresponsables, porque por cualquier razón se separan de sus cónyuges privando a sus hijos, en la edad más necesaria, el derecho a tener el cuidado, el cariño y la ternura de sus progenitores varones y la compañía de sus hermanos.

¿Qué está pasando? ¿Por qué esta realidad evidente se apodera más de nuestra sociedad? ¿Cuáles podrían ser las razones? Tal vez al olvido culposo de que la mujer es el corazón de Dios, el espacio en el que el Creador puede hacer maravillas modelando en su vientre la vida de un nuevo ser único e irrepetible. Quizá a la insensatez de no haber observado los valores y los heroísmos de su propia madre o de tantas otras mujeres que supieron enfrentar con heroísmo los sinsabores de la vida. O, quizá tal vez, a no mirar a María Santísima con ojos serenos y captar en ella su porte sublime de dignidad, modelo acabado de esposa y madre, estrella reluciente que puede iluminar el sendero de sus vástagos como nadie mejor. (O)