Orgullo de ser cuencanos, sentimos quienes amamos y nos identificamos por sangre y amor para esta Tierra que nos ha brindado tanto, con el nivel de una Ciudad sin par por su estética, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, nivel cultural, sus montañas y valles, sus artes y artesanos, su patrimonio histórico en iglesias y museos, sus costumbres, sus hornos para pan, sus calles adoquinadas, por su gastronomía identitaria elevada a mesa refinada por las escuelas que han preparado a mucha gente que ha emprendido con restaurantes, cafeterías, hosterías y lugares de esparcimiento. Cómo no referirnos a sus ríos cantarines, inspiración de poetas y alegría de quienes las miran diariamente desde las camineras, donde habitan los colibríes y las aves canoras que se nutren también del ecosistema acuático que además actúan como canales eólicos que reemplazan el aire viciado citadino para brindarnos bienestar con céfiro de montaña andina, descendido para contemplar la joya andina austral. Junto a la columna vertebral de la Cuenca andina, encontramos el Barranco tomebambino con su rostro hermoso de péndulas casas que dejan caer flores y encantos para quienes caminan buscando los secretos del sector. Sectores como El Otorongo (puma) de prehispánica historia, la Cruz Del Vado, el Padrón y el Centenario, Parque de la Madre, Todos los Santos, El histórico Pumapungo y su museo, la calle de las Herrerías y su gastronomía, la alfarería y cerámica cuencana, el Parque del Paraíso, etc, los sombreros patrimoniales de paja toquilla, el zoo Amaru y tantos lugares que visitar. Y sobre todo su gente amable y amigable de calidad humana y servicial al forastero educado.
Para el turismo, lamentablemente somos deficitarios con una primitiva vialidad que deja mucho que desear con altas dificultades y accidentabilidad, constantes bloqueos, vestido de engaños gubernamentales y sin solución, eterno problema del austro ecuatoriano con sabor a centralismo maltratador. (O)