Ni con el pétalo de una rosa

Édgar Plaza Alvarado

   En el mes de mayo que el catolicismo suele dedicar a la Virgen María vale recordar una frase del pasado, cuando se supone había dignidad y respeto mutuo: “A la mujer no se la irrespeta ni con el pétalo de una flor”.

   El Taj Mahal, en la India, continente asiático, cerca del río Yamuna, una de las obras humanas más bonitas, construida por el emperador musulmán Shah Jahan en los años 1600, como homenaje a su fallecida esposa a quien amó y veneró supremamente, más allá del amor incestuoso que se tuvieron. Que diferente al caso de un presidente de una nación sudamericana (una Banana Republic, fruta de la que éste y su familia negociaron y se enriquecieron fabulosamente, menospreciando las leyes nacionales que prohibían la ocupación de menores de edad en sus inmensas plantaciones y el no pago de los impuestos estatales que hasta el día de hoy no cancelan y que suman cantidades enormes), que llegó allí por decisión democrática, de un país lacerado, desesperado y casi sin esperanza.

   Eligió como compañera de gobierno a una mujer –por mérito u obligación electoral, no viene al caso analizarlo ahora—a la que desde la campaña electoral vilipendia y humilla constantemente. Apenas elevado en la presidencia, la mandó al Medio Oriente, sin importarle las apariencias ni consideraciones por sobre todo que se le debe a una mujer, no digamos a la magnitud de la vicepresidencia y la tiene amortajada tanto que no puede decir palabra a riesgo ser sancionada y hasta destituida por la razón que sea por el señor fiestero y bailarín que hoy ordena políticamente a este país sudamericano digno de suerte y mandantes mejores. Fácil darse cuenta que la considera un estorbo y que al apuro desea librarse de ella.

   Como todos los otros, político al que le interesa su beneficio únicamente. No hace caso, por decencia y honor, de leyes ni conflictos de intereses ni prohibiciones estatales tajantes que no admiten sus gustos familiares por carcomer zonas naturales que generan vida si a cambio está su bien económico familiar. (O)