Sí, cómo no. A llorar en la llorería:
Comenzando por quien dijo esa frase: el de “cartón” o el de carne y hueso, porque no pudo ver cristalizado «Oloncito», el proyecto financiero de su consorte. No les quedó más que correr tras el reclamo de comuneros, dejando en el camino a lambones y conmilitones de palacio y del emporio bananero.
El de los zapatos todoterreno, que en silencio debe llorar porque de pena o de rabia tendrá que encargar el poder a su “binomia”, mientras él recorra el país hablando en clave y a cuenta gotas en busca de votos.
Seguro que con él también lo harán sus ajedrecistas leguleyos, empeñados en sacarla de la “Vice” a doña Vero. Ella tiene su propia llorería en la tierra a donde la enviaron para hacer milagros por la paz entre hienas y leones.
Con el perdón de los roedores, también lloran las ratillas una vez que el de los zapatos todoterreno mandó al tacho las reformas al Código de la Función Judicial, aprobadas con dedicatoria en la Asamblea para favorecer a los vocales del Consejo de la Judicatura, que estando con prisión preventiva obtengan licencia sin sueldo, hasta no ver sin van al purgatorio, al infierno o son santificados. Uno de ellos es huésped ilustre de La Roca.
Llorará también la dama de los 30 años que estuvo a punto de ser nombrada embajadora en los Estados Unidos gracias a otra leguleyada de los lambones del poder, si bien, si se aprobaba, míster Biden no hubiera dado su beneplácito porque “gringo es gringo” cuando se trata del cumplimiento de la ley, sino pregúntenle a Carlos Pólit.
Lo harán también, y a raudales, alcaldes y prefectos que no mismo “dan pie con bola”; que ni pidiéndole al “Presi” sus zapatos todoterreno podrán alcanzar a ver que les quedó grande el puesto.
Que lloren las Pames y los Ronnyes, aunque son lo mismo; los Topics, Pólits y toda la fauna política que gusta llorar, aunque no derrame ni una lágrima.
Con la resolución de la Corte Internacional de Justicia no sólo lloran en la llorería AMLO y compañía; también quien pidió sancionar al Ecuador donde tiene cuentas pendientes con la Justicia. En este lío está visto que la “pelea”, aunque diplomática, no es con los cuates mexicanos sino con los pendencieros que los gobiernan, copias certificadas de los que lo hicieron por acá.
Así que todos tienen algo por qué llorar en la llorería, el único invento en estos seis meses de gobierno millennial, de taco alto y tiktokero.
Que alguien recoja en copos de algodón las lágrimas derramadas y se las unte al inventor de la pila lacrimal que ya deben construir en Carondelet. (O)