Los altos intereses del Estado, no son los altos intereses de la gente

Datos históricos mundiales y locales

Las organizaciones políticas que por diferentes razones se arrogan el monopolio de la fuerza, la representación de los individuos y la gestión de los intereses sociales a través de instituciones estables y en un territorio determinado, han sido y son llamadas Estados.

Algunos tratadistas sostienen que esas formas políticas de las sociedades organizadas, datan de hace varios milenios y se han presentado en distintos lugares del planeta. La comprensión contemporánea de Estado, es la que se relaciona con el concepto de Estado-nación, que tiene sus orígenes en la Europa del siglo XVII, como producto de conflictos bélicos entre países que, con posterioridad a su finalización, requirieron de una nueva forma de organización, diferente a la anterior -la feudal- vigente hasta esos tiempos.

Como sucede con las definiciones y los conceptos en ciencias sociales, con el de Estado-nación, acontece lo mismo, es decir, no existe acuerdo, en este caso, con el significado de la palabra nación. Sin embargo, para los objetivos de este texto, asumimos que el concepto que tiene vigencia es el que proviene del momento histórico mencionado en líneas anteriores.

Autores clásicos y también contemporáneos teorizan sobre el significado del término en cuestión. El concepto del pensador austrohúngaro H. Heller, que transcribo a continuación, contiene algunos de los elementos que, según la doctrina, deben estar presentes cuando hablamos de Estado… “Unidad de dominación, independiente en lo exterior e interior, que actúa de modo continuo, con medios de poder propios, y claramente delimitado en lo personal y territorial.”

Es una organización que domina la vida de la sociedad. Soberana o -en los términos de Heller- independiente en lo exterior e interior. Permanente en el tiempo, de hecho, la etimología de la palabra estado se encuentra en el vocablo latino status que significa que está presente y se mantiene. Posee el monopolio de la fuerza y la puede ejercer de manera legítima para controlar la conducta de los individuos. Tiene una estructura burocrática institucional, concebida y que funciona teóricamente, para la buena administración de los intereses de todos los individuos en un espacio territorial determinado.

En el caso del Ecuador, luego de la independencia de la Corona de España, a inicios del siglo XIX, y después del período grancolombiano, la adopción de la categoría de Estado para la incipiente organización política derivada de ese momento histórico, más allá de responder a exigencias de superación de formas anteriores de gobierno o de consolidar la unidad nacional de pueblos con una misma identidad, fue el camino adoptado para la división territorial de la Gran Colombia entre los principales caudillos de los procesos independentistas.

La organización política del Ecuador como Estado, nunca respondió a la intención de gestionar con justicia los intereses de todos en busca del bien común, sino que esta forma de articulación social fue adoptada para garantizar los intereses de algunos. Los otros elementos del tradicional concepto, sí estuvieron presentes de algún modo, como el territorio, la fuerza centralizada y la institucionalidad jurídica de la gestión.

Oposición al concepto de Estado

Como es normal, no todos estuvieron ni están de acuerdo con las justificaciones doctrinarias de la organización social y política denominada Estado. El pensamiento anarquista rechazó el concepto por una serie de razones, entre las cuales se encuentran: su oposición a la existencia de jerarquías en la sociedad, al uso centralizado de la fuerza para obligar a obedecer y a la inmoralidad consustancial al ejercicio del poder para someter y controlar.

El anarquismo propone que, en lugar del Estado que debería desaparecer, las sociedades podrían autogestionarse, cooperar interdependientemente y administrar colectivamente la propiedad, respetando la igualdad y descartando la opresión y el uso de la fuerza.

Pensadores como Proudhon, Bakunin o Malatesta, impulsaron con su obra este enfoque liberador y libertario que, si bien tuvo participación activa en algunos momentos de la historia, nunca llegó a imponerse como forma práctica de gobierno. Por eso, para muchos, es una propuesta utópica que convoca idealmente e inspira una serie de posturas sociales y políticas, sobre todo entre quienes se declaran críticos de un sistema que, si bien funciona, no cumple estrictamente con sus objetivos y, por el contrario, se aleja cada vez más de ellos, convirtiéndose en una especie de monstruo que todo lo absorbe. El inglés Hobbes, en su obra El Leviatán, propone esta perspectiva.

La crítica a la organización estatal y a sus características, también se encuentra en el pensamiento marxista, pues el objetivo final de la revolución comunista propuesto por esta doctrina, precisamente es la eliminación del Estado y del derecho, que dejarían de ser necesarios, porque los individuos habrían desarrollado las capacidades necesarias para vivir en armonía y en una suerte de virtuosa interdependencia.

En Ecuador, la influencia de la filosofía anarquista tiene alguna trascendencia a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, en personajes destacados de las letras como Medardo Ángel Silva o, del pensamiento social y político como José Peralta o Manuel Agustín Aguirre, quienes desde diferentes perspectivas, el uno liberal y el otro socialista, contribuyeron para posicionar ideas progresistas que combatían la injusticia social, el clericalismo y la autoridad ejercida en beneficio de determinados grupos.

Mujeres protestando en las calles de París. Mayo del 68.

Rescato una variante de la filosofía anarquista que influyó mucho en las generaciones que vivieron los años sesenta y posteriores del siglo anterior, como fue la del movimiento estudiantil conocido como Mayo Francés o Mayo del 68, que se gestó en universidades europeas y estadounidenses y tuvo un histórico impacto en la cultura mundial. En el espíritu de ese acontecimiento civilizatorio, encontramos también a la rebeldía en contra del sistema y de la autoridad. Algunas frases de ese movimiento perduran, como “Prohibido prohibir”, “¡Viva la comunicación! ¡Abajo la telecomunicación!” o “La imaginación al poder”.

En los tiempos actuales, ha adquirido una importante presencia en la política latinoamericana e internacional -Europa y Estados Unidos- la posición cultural impulsada y difundida con pasión y fuerza por el presidente argentino Milei, denominada anarcocapitalismo, que cuestiona sin ambages, de manera desafiante la vigencia del Estado y de su estructura institucional porque no cumple con sus objetivos declarados y por el contrario, medra y abusa de sus atribuciones legales que, se han convertido en argumentos burocráticos para justificar privilegios, atropellos del poder y un estatus quo que no sirve más o, nunca sirvió, para gerenciar los intereses individuales y colectivos de la gente.

Típico dibujo del movimiento anarquista del siglo XIX, con el célebre símbolo que lo identifica.

A modo de conclusión

La importancia de la organización social es innegable en cualquiera de las versiones que los pueblos involucrados decidan implementar. Resulta muy difícil concebir siquiera, formas de convivencia que prescindan del uso de la fuerza, teóricamente ejercida en representación de todos los integrantes del Estado y, por ende, de una institucionalidad burocrática que administre los intereses individuales, siempre en el gran escenario de la totalidad de la población de un territorio determinado o del planeta todo.

Sin embargo, también es evidente, que el monopolio del manejo de la convivencia y el dominio al que se someten los individuos, se justifican doctrinariamente, porque se sostiene que ese el camino para la realización del bien común, la seguridad, prosperidad, paz y bienestar. Esos objetivos que permiten comprender y fundamentar la delegación de atribuciones estrictamente individuales a la institución dogmática del Estado, debe tener como correlato la razonable realización de los mismos.

Sí es que esas metas no se cumplen satisfactoriamente y, por el contrario, esa organización burocrática, se convierte en un fin en sí misma y privilegia a quienes están relacionados con ella en desmedro de los ciudadanos particulares, la crítica a esa estructura tiene sentido y debe darse con fuerza para mostrar la deriva perversa de la operatividad práctica de la institucionalidad estatal.

Por todo lo dicho, el título de esta nota, fue escogido para contribuir con el debate sobre la verdad o la falacia de su intrínseca hipótesis… “Los altos intereses del Estado, no son los altos intereses de la gente”.

Por:

Juan Morales Ordónez.

DZM

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social con experiencia en coberturas periodísticas, elaboración de suplementos y materiales comunicacionales impresos. Fue directora de diario La Tarde y es editora.

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