¡Estoy lleno de emoción! Es que son 160 años de historia que cumple mi lindo colegio. Sí. El glorioso Benigno Malo. Se han mantenido intactos los recuerdos desde el primer día que puse mi pie en su majestuoso edificio. El rechinar de las viejas tablas, hoy los volveré a escuchar. Me toparé con los panas luego de 20 años, pero ¿saben algo?, la amistad se ha mantenido. No importa el pasar del tiempo, la camaradería la llevaremos hasta el cajón.
Cierro los ojos y me acuerdo de la garota bautizada de los chúcaros. Los cargosos de sexto curso nos daban la bienvenida al Papá Benigno, con una buena dosis de paloterapia. Es que había que irse curtiendo para lo que venía más adelante. Un draque de alguna bebida, que quién sabe por dónde pasó, recitar al dedillo los mandamientos del Viejo y Peludo y de un guaracazo a la piscina. Con el tiempo tuve la oportunidad de darles ese recibimiento a los nuevos guambras.
Cómo olvidarme del ciclo básico con los talleres de electricidad, maderas y metales o cerámica. El material que usábamos en esas clases era utilizado como “proyectiles” en las aulas, para lanzarnos entre compañeros. Siempre había el elevado que salía lastimado y le teníamos que llevar al dispensario médico. Éramos unos terribles. Saltimbanquis nos decían.
Dimos el paso al bachillerato. La cosa se puso más interesante. Ya estábamos más maltoncitos y las calles nos esperaban para reclamar ante los abusos de los gobernantes. Siempre gallardos luchando por nuestros derechos. Uno que otro caía en manos de los chapas y recibía garrote. Ya nos curtimos de las bombas lacrimógenas. Más claro, si en una huelga no estaba el Benigno Malo, no era huelga. Aprendimos desde pelados a no agachar la cabeza ante las injusticias.
En fin, en un abrir y cerrar de ojos han pasado 20 años. Algunos amigos ya se han adelantado al igual que queridos profes. Pero hoy será el momento de recordarlos y revivir esos lindos momentos. Gritaremos fuerte: ¡soy del Benigno guambrita! (O)