“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablaras de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”.
Deuteronomio 6 (vers. 6 y 7).
En este mes dedicado a los niños es importante preguntarnos ¿qué estamos haciendo por ellos?, ¿qué principios y enseñanzas estamos dejando en sus corazones?, ¿nuestras vidas son un referente positivo para su sano crecimiento físico y espiritual?
Tranquilos, en este mundo de evaluaciones, aún no hay un detector que nos ponga una calificación que determine si somos buenos o malos padres, tíos, abuelos, etcétera; eso queda en nuestras consciencias y en el orden de prioridades. Sin embargo, ese respiro no nos salva de la responsabilidad de entender, que no son las escuelas las que deben sembrar valores y normas en la vida de nuestros hijos; todo cuanto sale de ellos proviene de nuestros hogares.
Entonces, si somos padres chismosos no podemos pretender que a nuestros hijos no les encante dar rienda suelta a la lengua, si somos coñones y mezquinos nuestros junior no podrán saber lo que significa sembrar, dar, regalar, compartir con los demás; sus corazones serán incluso más mezquinos que el de nosotros. Los niños son esponjas de nuestro caminar en la vida y este refrán, no perdona a nadie.
Con el tema de los derechos de los niños hay tantas libertades amparadas en el mismo sistema educativo, hecho que no significa que sea correcto. No se puede dejar que un niño o niña llevado por las corrientes de la moda quiera definirse con otro sexo o nombre, porqué esta pleno proceso formativo en el que necesita la guía y el amor de sus padres; no de los amigos o personas ajenas a su hogar.
No podemos ser los elles de la sociedad porqué incluso es un error gramatical, no concebido en nuestra lengua madre.