Asesinatos de inocentes

“Ojalá la bala me hubiera dado a mí”. Esta frase resume la indignación y el dolor del abuelo de la niña asesinada en Guayaquil, durante el ataque armado perpetrado a mansalva por integrantes de una banda delictiva.

La menor de diez años de edad estaba en la casa de su abuelo cuando fue alcanzada por una bala, de las cuarenta disparadas a lo largo de dos cuadras por cuatro encapuchados.

La lucha encarnizada entre malhechores llega a límites demenciales en varias ciudades de la Costa.

No es el primer caso de “víctimas colaterales”, un eufemismo para referir los asesinatos en contra de inocentes. No será el último, pero es de desearlo.

Muchas vidas, entre ellas las de niños y niñas, han sido cegadas durante esos tiroteos, realizados para zanjar venganzas u otros motivos, propios del bajo mundo.

Otro caso reciente, asimismo espeluznante, desquiciador, es el asesinato de una madre en Machala. Con 36 semanas de embarazo, la bebé fue salvada por los médicos. Un milagro.

Para los grupos de delincuencia organizada, encabezados por el narcotráfico, la vida ajena no importa nada, peor la de sus rivales, la de quienes los denuncian o la de quienes habiendo sido cooptados por ellos pretenden salir. En su metodología, la traición de paga con sangre.

La Policía detuvo a los presuntos asesinos de la menor. En el domicilio allanado encontró un altar a la “santa muerte”, una creencia perversa, propia de este tipo de delincuencia.

El abuelo, aunque desconfía, exige justicia, como lo exige todo el país.

En estas últimas semanas se han perpetrado asesinatos masivos, probablemente entre bandas.

La población, tras un breve periodo de calma, vuelve a sentir miedo. Es un miedo mal procesado y sopesado, comenzando por los medios de comunicación. No se trata de una delincuencia cualquiera, fácil de derrotarla. Ojo con esto.

El plan de seguridad del Gobierno es cuestionado, negado inclusive. Todo esto favorece a la delincuencia. Una cruel paradoja.