La liviandad en la función pública

Jorge L. Durán F.

Sólo es cuestión de ganar. Cómo sea, pero de ganar. Primero, abrirse paso entre la maraña de aspirantes a la dignidad a la cual se aspira.

Luego está el financiamiento para la campaña. Plata propia más los aportes de amigos, de empresarios, de futuros contratistas, de los que esperarán favores chuecos y, posiblemente, de ese monstruo de mil cabezas: el narcotráfico.

Ahí comienza la liviandad en el ejercicio de la función pública, en este caso a quienes resultan electos para cierto cargo.

Hay que aferrarse como sea. Si tiene chance a reelegirse, “vamos con todo”. Si es la de optar por otra dignidad, igual. Si es la de subir de rango, “ponga toda la carne en el asador”.

En estos tiempos todo vale. Desde la frivolidad hasta echar mano de las herramientas tecnológicas. Casi todos los alcaldes, prefectos, concejales, incluso el propio presidente de la república, se dan maneras para seguir, según ellos, siendo populares, caer simpáticos, bacanes y trovadores.

Ya ni siquiera usan terno y corbata. Desde que un personaje de triste recuerdo por flojo, indeciso y demasiado soñador se puso zapatos rojos para ganar una elección que la tenía perdida, la informalidad caló hondo en los demás políticos, desde parroquianos, cantonales, hasta los provinciales y nacionales.

En la politología moderna, tales liviandades tienen el manual perfecto en las redes sociales, en especial en Tik Tok.  Quien no está en Tik Tok no está en nada. Es cual bombero que acude al incendio tapados los ojos.

Ahora que prima la diversión, la farra y la parranda, qué mejor terreno fértil para esos políticos dados a la liviandad.

Organizan, promueven, financian conciertos musicales, farreándose los escasos presupuestos institucionales, aunque se quejan de no tener plata o que “papá” Estado no les entrega el dinero que les corresponde.

A pretexto de celebrar bicentenarios, cantonizaciones, cómo se farrean los dineros públicos para traer a artistas de renombre. Si son internacionales, mejor. Dos, tres, cuatro días de parranda, licor y riesgos.

Compiten entre ellos para traer “a los más mejores”. Parece que son sus mánagers.

Levantan infraestructuras enormes para tales eventos. Los motivos no faltan: que, por carnaval, que por San Benito, que por el festival tal y cual o la comilona de tal animal. Y luego ¿qué? Luego quedan como monumentos al despilfarro.

Y la “masa”, la “gran masa”, aplaudiendo, comentando, “ese ‘man” sí que es diez”, “esa ‘man’ sí que se pasa”. ¿Garantizados los votos?

Como que han encontrado el opio perfecto para engatusar mentes también dadas a la liviandad. (O)