Sangre y Vino

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

El relato, si se quiere, comienza con aquel rico hebreo llamado José de Arimatea. Fue este hombre, fugaz y desdibujado en el relato bíblico, quien recibe la insólita tarea, nada más y nada menos, que de hacerse con el cuerpo del Cristo al descender de la cruz. Luego, la leyenda toma distintas vertientes. En la más común, José de Arimatea huye de Judea llevando consigo un precioso objeto (o tal un secreto innombrable) que la historia bautizaría como el Santo Grial, y termina su travesía en la Britania (hoy Inglaterra) que, por aquel entonces, era todavía parte del imperio romano.

Allí, el fabuloso mito hebreo se encontrará con el oscuro misticismo celta, poblado de frio y de niebla mientras llegamos a los días del rey Arturo. Perceval y el castillo del Rey Pescador; Bors como el custodio del cáliz secreto, Merlín, el mago, fundando la Mesa Redonda en el eterno Avalon del Más Allá donde se guardará para siempre el secreto. ¿Una copa? ¿La última copa? ¿algo más? ¿algo más profundo y reservado para las inteligencias más sutiles?

Lo cierto es el Santo Grial ha cautivado la imaginación humana durante siglos. No hay, ciertamente, una imagen concreta. A lo sumo, una leyenda, a medio camino entre el mito y la historia, que es donde nacen los símbolos. ¡Eso precisamente! un símbolo (del latín simbŏlum, y este del griego antiguo σύμβολον) que significa “juntar” y significa también “contraseña”. Un símbolo como un concepto que trasciende al tiempo y aparece distinto a los ojos de cada observador, susurrando siempre las viejas lecciones perdidas en las edades del tiempo.

¿Qué significa la leyenda? Tal vez, y esto solo para quien escribe estas líneas, en su propia y profunda verdad, el Santo Grial (¿Sangral?) representa simplemente eso: la copa innumerable donde se escancia el vino de la fraternidad, la copa que se levanta el lugar de la espada que ahora empuña el pueblo de Israel.  Vino, rojo vino en lugar de la sangre que empapa los desiertos de Judea y Palestina; donde la tolerancia aún no consigue ganarle la partida al feroz fanatismo y la enloquecida ambición de occidente… (O)