Juan llega a la parada del bus. Ve que a su lado se pone alguien y lo ve de reojo. De inmediato se aleja dos, tres metros. Sin son algunos, más metros todavía.
Los prejuicios de Juan le llevan a procesar que serán “venecos”, “monos”, “negros”, montubios, vagos, “venidos quien sabe de dónde”. Otros como Juan, a boca cerrada les dirán qué fichas, qué caras, “caras de malandros”. Si llevan tatuajes, visten gorras hacia atrás, con mayor razón.
Juana va al supermercado o a una súper tienda. El recelo le lleva a creer que casi todas las que atienden no son ecuatorianas. Murmura que “han llegado para quitar trabajo a las de aquí”, que las “contratan porque cobran menos”, “que se pasan solo hablando y ni se las entiende”.
José aborda el bus. Si lo ve lleno, abraza su mochila, aunque no esconde su celular, busca donde asirse, mira que los demás pasajeros está presa del miedo; y más si ingresan unos hombres pintarrajeados el cabello, oyendo reggaetón y con collares que les cuelgan hasta el ombligo.
Josefa ve que hay un asiento disponible en el bus. El otro lo ocupa un hombre de raza negra. Prefiere viajar de pie. Si el de su lado es el que está libre y llega un pasajero de igual etnia, se le desparrama la adrenalina de pies a cabeza.
Si es a la inversa, esos seres humanos como Josefa y José, seguramente dirán: ojalá no nos rechacen, ojalá no nos confundan, por unos pagamos todos; dirán que entre ellos también hay de todo, como lo hay en todas las razas.
En X urbanización, ciudadela, o edificio, Josefa y José tienen temor inusitado si hay una casa o departamento en arriendo. Entonces los prejuicios les llevan a clamar para que ojalá el vecino no rente a “negros”, “venecos”, “colombiches”, costeños; que les pida los antecedentes; pues, de pronto son parte de los Lobos, Tiguerones, Choneros, Lagartos, Fatales, Chone Killer; mejor que los inquilinos sean gringos, alguien “de buena cara”, de “buena pinta”.
Si Juan sale a caminar o Juana va a una feria libre y asoman en contravía unos “hombrezotes tatuados hasta las orejas” se cambian de acera, se dan la media vuelta o llegan a su destino temblando y hasta mojados
Juan, Juana, José Josefa, han llegado a recelar de los demás hasta por el dialecto. Detectan “que esos no son de aquí”, “de dónde habrán venido”, “ya están viviendo aquí”, “han llegado a dañar a nuestra ciudad”. ¡“Huy”!
En estos tiempos los unos recelan de los otros. En gran parte por el miedo, el pánico, generados por la inseguridad. Una población en estas condiciones es vulnerable, presa de cualquier fobia, se torna impaciente y se agazapa. Mal vamos. (O)