Qué bonito sería que nadie derrame lágrimas por pérdida, pena o dolor. Qué bonito sería que la ayuda solidaria llegue a todos de manera digna y oportuna. Qué bonito sería que ningún niño, niña, adolescente o adulto mayor sea víctima de la indiferencia o del abandono social.
Qué bonito es cuando tienes la oportunidad de regalar una sonrisa y de ser tú quien ilumine la mirada de alguien, un alguien que cuando nos necesite no tenga que terminar la conversación para estar ahí. Somos hechiceros de la tierra y cuando la vida nos da a elegir, de inmediato una ráfaga de motivación contagia el entorno, los amigos acolitan y la familia se hace más familia. Cuando estamos ahí, no hay otros, no hay extraños, todos somos una misma causa.
Estar ahí es llegar con la mejor de las voluntades para ofrecer en un abrazo un poquito de esperanza, es sacar lágrimas o sonrisas sin necesidad de un gracias porque ese gracias está escrito en la mirada. Estar ahí es llegar sin un nombre, es actuar en colectivo y con la convicción que juntos siempre seremos más.
Cualquier persona que nos necesita no solo pasa situaciones adversas que existen, conforme las extrañas vicisitudes de la vida, esa persona activa inminente una confiada e inversa solidaridad y es allí cuando lo que hacemos, lo hacemos de corazón. (O)