He aquí un nuevo tipo de fanático. En esta tierra de nadie, signada siempre por la ceguera voluntaria y la amnesia obligatoria, con la que seguimos al gobernante de turno hasta que, casi siempre demasiado tarde, le damos en “no va más”. Porque, ciertamente, un pueblo donde dignidad y la decencia se convierten en lobos esteparios, no suele aspirar a mucho más que el gobierno del hacendado bananero, que manda con la misma lógica del huasipungo: patrón, fusta y mayoral.
He aquí la clase media en picada a la pobreza que mira al niño rico de Carondelet como su aspiracional. Saturados de codicia, envenenados por la envidia, quieren ellos también, derrochar, pervertirse, lanzar billetes a la calle, mientras contemplan el denigrante estereotipo de un presidente hablando de la marca de sus zapatos como punto central de su rendición de cuentas a la nación. Pero cuidado, porque esa combinación de latifundista medieval y príncipe heredero puede ser peligrosa.
Y así de pronto, una periodista extranjera de oposición es deportada mientras el gobierno se enreda en comunicados absurdos y referencias a “informes secretos” que ocultan la violencia política y el nuevo zarpazo a los derechos humanos mientras, en algún lugar, un nuevo fanático defiende lo indefendible.
Y luego, antes o después, el tiranuelo de turno pretendiendo atropellar la democracia y dar al traste con la sucesión presidencial, en medio de los apagones, el paquetazo del IVA, los subsidios y la militarización del país que se ahoga en sangre, mientras, en algún lugar, un nuevo fanático defiende lo indefendible.
Un político ramplón que, en un infantil alarde de “a mí también que quieren matar” se inventa un magnicidio del que no hay evidencia, insulta hasta por los codos a otros presidentes y finalmente, ostentando la más supina ignorancia, propone la construcción de una cárcel en la Antártida, mientras, en algún lugar, un nuevo fanático defiende lo indefendible.
Pueblo, al final, que se postra a los pies de un muñeco de cartón y se rinde al populismo, mientras, ciego a sus símbolos, analfabeto de valores, no aspira a más que mediocridad como camino y la miseria como destino… (O)