La migración irregular se ha convertido en una realidad para muchos ecuatorianos, especialmente para los jóvenes. La ilusión de continuar sus estudios, obtener un título de tercer nivel y superarse dentro del país se ha desvanecido, empujándolos a buscar lo queda del «Sueño Americano».
Esta nueva ola migratoria, más alarmante que las anteriores, no es fortuita. Es el resultado de un conjunto de factores que han desgastado las esperanzas de la población. Políticas públicas fallidas, un centralismo que margina a las regiones, sumado a la violencia e inseguridad, son algunas de las razones que impulsan a nuestros ciudadanos a buscar nuevos horizontes en el extranjero.
A pesar de los peligros que conlleva la travesía migratoria, miles de ecuatorianos se lanzan a un viaje incierto. Enfrentan peligros como la muerte, la desaparición, el abuso sexual, el tráfico de personas y las enfermedades.
Las cifras del Instituto Nacional de Migración en México son alarmantes: 139 mil ecuatorianos detenidos, varados sin posibilidad de ingresar a EE. UU. ni regresar a Ecuador. La falta la embajada y la emisión de salvoconductos agravan su situación.
Ante este panorama, la información y la educación son pilares fundamentales para generar un pensamiento crítico y transformar nuestra realidad. Sin embargo, es necesario ir más allá.
¿No sería diferente nuestra vida en Ecuador si trabajáramos con la misma intensidad que nuestros compatriotas en EE.UU? Adaptando dinámicas que son cotidianas como: respetar las leyes de tránsito, utilizar el paso cebra, pagar impuestos a tiempo, apoyar a los emprendimientos y promover el consumo local.
El cambio comienza con cada uno de nosotros. Asumir nuestra responsabilidad individual y colectiva es el primer paso para construír un Ecuador más justo, próspero y seguro, donde la migración no sea la única salida para alcanzar una vida digna. (O)