La parresia, un concepto olvidado en nuestra vida social libre, es, no obstante, el fundamento de la democracia. Se trata del “hablar directo”, del decir la verdad, de frente, sin complejos ni restricciones. La parresia sería lo contrario a la hipocresía que, no obstante, abunda y hasta es natural en medios decadentes. Hablar a espaldas de los otros, decir mentiras, corromper la propia palabra. Desde la antigüedad se le asocia con una práctica arriesgada, proscrita para los débiles, los temerosos y los indignos. En la parresia se teje un compromiso intrínseco del hablante con la verdad, se trata de un compromiso ético que va más allá de una forma de expresión y tiene que ver con el actuar y por ello con lo político, es decir que articula las dimensiones de la subjetividad, el saber y el poder. ¿Quién puede decir la verdad en una sociedad corrupta, y más que todo, qué es la verdad? El poder designa e impone (con o sin violencia) la verdad, pero la imposición por sí misma es corrupta si no es hallada por la reflexión propia, luego, el que reflexiona resiste con su crítica a la “verdad” del poder que normalmente reacciona ofensivamente. La sociedad democrática no solo requiere pensamiento crítico, sino valentía y valor, y eso es lo que hay que enseñar. (O)
DZM
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social con experiencia en coberturas periodísticas, elaboración de suplementos y materiales comunicacionales impresos. Fue directora de diario La Tarde y es editora.
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