Jubilado

Aurelio Maldonado Aguilar

Palabra mágica que coloca una imagen frente a nuestros ojos de variado jaez donde se vislumbra un viejito lento y minusválido que intenta seguir en la ruta de la vida a como dé lugar. Visión en nuestra mente de un hombre terminado, cuya serenidad y aceptación de la vida misma llegó rauda. Pero una mejor imagen es del trabajador honorable que dejó su vida y pellejo en la noria diaria por decenas de años, consiguiendo su sustento digno y proveyendo todo a su familia, sin importarle que en el empeño deje su alma, corazón, vida en el camino y no pocas cicatrices cruzan su piel interna, producto de foetazos y espinas. De rato en rato en esta extensa piel seca, vieja y en el alma misma, existen oasis de grato y frutecido herbaje que nos regaló el destino generoso y bueno.

Mucho hablan del IESS en el momento. Observan fallas y descomposición tenebrosas con personajes que roban de la forma más descarada y ya antigua. Nombres muy bien conocidos que son públicos, como de Rosa Argudo que, según pesquisas dadas a luz, son intocables en el tiempo, con su familia entera, incluyendo el gato, en la nómina del IESS con altos sueldos y dueños de innumerables vienes regados en Quito y Cuenca. Dirigentes pretenden meter mano en décimos sueldos de los jubilados, en vez de manejar el instituto honestamente y terminar aquellos sindicatos dorados de vieja data. Pero tengo que decir con orgullo y agradecimiento que fui beneficiario cuando reconocen que mis años de lucha sirvieron para ello. La sordera, hereditaria o tóxica talvez por la vacuna o por defectos circulatorios, apareció en mí y audífonos son necesarios. Gratitud, si gratitud por que en bien y organizado programa que empieza en consulta del ORL audiometría, toma de moldes y entrega de equipos, fue todo perfectamente cumplido. Me encontré con viejecitos que arrastraban sus pies, unos acompañados de su pareja, también viejecita ya y en otras sustentados por el más bello báculo que son los hijos cuando se preocupan por quienes les dieron vida y bienestar sin esperar nada. Bondad y resignación se arremolinaban en el auditorio, lugar de entrega. La gran mayoría octogenarios y lentos héroes que domeñaron la vida con su trabajo. Regalo del instituto a quienes dejaron lágrimas, esfuerzos y sudores en el tráfago honesto. Gente a la que se les debe el más grande respeto y admiración por su camino recorrido. Otros no tan viejos, pero pocos como yo, también fuimos objeto de una atención atenta y llena de contemplaciones amables. Eliminar algo de los beneficios jubilares y que como es costumbre, meta mano el estado, es un crimen, dejando que el instituto se hunda, cosa que sería la más horrenda injusticia y desolación de todas estas almas que solo esperan ya, pues ya dieron de sobra. (O)