La casa en la que vivían mis abuelos era un caserón o es, porque aun la tenemos los hermanos. Al fondo, que por poco sale a la otra calle del manzano, tiene una huerta inmensa con un capulí chaucha único y duraznos abridores. Los domingos tarde se reunía allí, toda la familia incluyendo los nietos. Desde la mañana mi bella abuela y mis tías amasaban una tonelada de harina para el pan y el café de tarde. Era como una comunión mágica y bella. Todos, desde sus diferentes casas, traían uno o dos gallos para la lidia y mi tío Carlos, reconocido penalista, recibía de regalo aves muy finas y buenas de sus clientes y nunca dejada de tener por lo menos 30 en su gran huerta también, cantidad suficiente para cotejar con los otros parientes. Mi abuelo como centro y en un gran ruedo, nos divertíamos y reíamos de la suerte de cada uno y claro, la tomadura de pelo al perdedor, no se dejaba esperar. Hoy quieren prohibir gallos y toros. Los gallos finos, que en realidad sirven solo para las peleas, porque no saben ni valen para otra cosa (incluyendo comida por dura, poca y muy musculosa su carne) y se les tiene que separar de muy pollitos, dado el caso que se matan con fiereza entre ellos si no lo hacemos.
Traídos de Europa en la colonia y desde las épocas romanas, es algo enraizado en el sentir del pueblo. Es una actividad exclusiva de hombres a pesar de que no se prohíbe ir a las mujeres, claro y se distingue por ser de alta dignidad y respeto. Se dice “palabra de gallero” porque este jamás falta a su palabra y si pierde es el que se acerca a pagar sin que lo llamen. Muchos otros detalles de pundonor existen, pero siendo muchos muy difícil prolongarme. Tenemos un maravilloso club de amigos, donde nos reunimos siempre y nos dolería mucho que los prohíban. En ese caso tendremos con seguridad que ser clandestinos.
Los toros se remontan a los juegos romanos y crueles venationes, donde mataban miles de animales. Herencia española, nos llega sin traspiés en nuestro mestizaje. Tenemos una de las ferias más reconocidas de América, Señor del Gran Poder de Quito, pero, además, con tergiversaciones, se practica a lo largo de la sierra y no precisamente como corridas, sino como espectáculos circenses donde un jinete diestro y valiente, tira de la cola al novillo y lo derriba. Los toros de pueblo, muy esperados por la colectividad, es un juego diferente adaptado a nuestra idiosincrasia y desde luego, los rodeos montubios, tan anhelados por la comunidad y por el turismo, son otra muestra de que los toros están en nuestra pulpa misma. Con dolor vería que prohíban gallos y toros. (O)