Tradición oral, nuestra memoria viva

Karina López Pino

Qué gara que los tarosos ya están de vacaciones, a los pobres les toca chantarse el achachay de las bajas temperaturas y los astaray del sol! Algunos guambras se la están pasando hecho leña porque no saben cómo divertirse, se la pasan todo el día frente al televisor o pantalla de celular. Tan enclenques son que hasta miedo tienen de conectarse con la naturaleza, gritan y se asustan por todo; y hay sí, los taitas que no tienen tiempo para ser padres les dicen de todo, incluidas estas frases: “te voy a zamarrear”, “guambra de m… me haces virar el hígado”.

En cambio, los guambras que si viven su niñez saben lo rico que es mashar, rodar en el llano, mojarse con la manguera, quedarse lluchusiqui hasta finalmente tomar una ducha de agua calientita. Luego, changan, ríen, comen canguil hasta quedarse a full. Bajo este contexto los diálogos entre hermanos pequeños son tan sinceros como profundos, que no faltan expresiones morlacas como: garota, garísima, gara, calas, cachas, ya vengo volviendo, dame haciendo y dame pasando. En definitiva, nuestro cantadito es un orgullo y no todos pueden presumir de este dialecto que nos hace más cuencanos que el mismo mote. Ele, alhaja mismo son nuestros modismos cuencanos, nuestra manera de hablar nos hace tan únicos y especiales por eso, con orgullo hay que decir somos cuencanos.

Aprovechando las vacaciones sería excelente que los abuelos se sienten a hablar con sus nietos sobre estos modismos que son parte de nuestra identidad y memoria viva. La tradición oral está con esas generaciones que han vivido tantos años y que pueden regalarnos historias. No es posible que las nuevas tecnologías se roben estos espacios tan mágicos que no volverán. Entonces, quienes tienen la bendición de ser abuelos qué esperan para dejar una huella en sus nietos? (O)