Al filo de la navaja

Juan F. Castanier Muñoz

De cara al juicio político emprendido en la Asamblea Nacional en contra del ex presidente del Consejo de la Judicatura, Wilman Terán, el correismo se vió obligado a definir su postura. Si votaba a favor de la censura, el riesgo inminente era que Terán sintiéndose “abandonado” por aquellos a quienes había “servido” con bienes y persona, decida “cantar” algunos pasajes de interés para la administración de justicia. Si votaba en contra de la censura, como lo terminó haciendo, pues se asegura la “lealtad” de Terán en sus versiones ante los jueces, pero en cambio se compra un chivo importante con la opinión pública en víspera de elecciones generales. Opinión pública que, como no podía ser de otra manera, no aplaude las transfugosas ejecutorias de Terán en su fugaz paso por la Judicatura o, peor aún, sus febriles intenciones presidencialistas. Y es que las investigaciones llevadas a cabo por la Fiscalía, involucran a nuestro histriónico personaje, sin lugar a dudas, como una de las piezas fundamentales en el accionar del crimen organizado en el pais.

En su larga y alrevesada intervención ante el pleno de la Asamblea, muy difícil de entender a ratos, dijo Terán, que estaba “arrepentido” de haber cedido a las presiones para pronunciarse en el caso “sobornos”, que incluyó la sentencia de prisión para “el innombrable”. Qué lindo hubiera sido que dicho “arrepentimiento” se nos habría comunicado a los ecuatorianos, antes de que los jueces hayan determinado su prisión preventiva en La Roca, o antes de que sea llevado a juicio político por la Asamblea Nacional o, mejor aún, antes de que lo designen Presidente del Consejo de la Judicatura.

Ahora es tarde para los golpes de pecho. El proceso seguirá su curso en la administración de justicia y nada tienen que ver, en esta instancia, los “entendibles” pero injustificables resultados del juicio político. La actividad política implica a veces riesgosas decisiones, pero mantener al “riesgo” como vecino permanente no resulta ni coherente ni saludable, peor aún, si el perfil del “defendido”, como el caso que nos ocupa, deja muchísimas más dudas que certezas. (O)