César Chumbi fue parte del grupo de hinchas del Deportivo Cuenca que ‘arrimó el hombro’ para que el equipo de sus amores se presente en Estados Unidos.
Hace más de dos décadas que no visita la ciudad que le vio nacer hace 48 años por el sector de la Unidad Educativa Rafael Borja, camino a Baños.
Tenía dos años de casado. La comunicación no era la mejor en la relación así que decidió migrar de manera ilegal. Destino Nueva York.
“Muchos piensan que es un lugar de sueños, pensamos que es color de rosas porque vemos fotos, videos y la realidad es otra”.
Desde Quito partió con el “corazón destrozado” porque dejaba a una hija de 9 meses. Al llegar a Panamá “me cogieron preso y me regresaron a Ecuador”.
Insistió. Esta vez salió desde Guayaquil. “Cuando iba a pasar por migración, un policía me hace pasar a la oficina y me dicen: para dónde te vas. Digo voy para México. Cuánto tienes, me dicen. Digo tengo 100 dólares. OK. Dame… Vete”.
A México llegó con dos amigos a quienes los secuestraron. Chumbi avanzó a tomar un taxi con dirección al hotel donde había acordado con los coyotes.
“Duré 5 minutos máximo. Me llevaron a una casa en construcción para ir a la frontera…”.
César confiesa que se hizo pasar por una persona que sabe leer las cartas para ganarse la confianza de las coyotas y recibir un buen trato. Empezaron a llamarle ‘El Brujo’.
Ya en el bus, rumbo a la frontera, lo bajaron y le preguntaron a dónde iba. “Voy a la frontera a trabajar. No me creyeron. Me dijeron vos vas al norte, cuánto tienes… me quitaron todo”, incluso un anillo de oro.
Despojado de todo sin nada qué ofrecer casi estaba resignado a que le regresen a Ecuador en caso que le bajen de nuevo del bus.
Chumbi no sabe cómo explicar la aparición de una persona de “camisa blanca con tantas insignias” que dio la orden que le llevaran a la frontera cuando estaba cerca de subir al camión de migrantes que iban a ser deportados.
César Chumbi dejó su tierra y pisó suelo americano al promediar los 22 años.
Chumbi recuerda que decidió pasar la frontera en noviembre, en pleno invierno. Hacía bastante frío, incluso caía un poco de nieve. Llegó la hora de cruzar el río. Eran las 23:00.
“Nos dijeron que nos quitemos la ropa y la pongamos en una bolsa negra… Estábamos caminando, de pronto piso en una parte donde no había nada. Por la desesperación de no hundirme, meto la mano en la bolsa…”.
Al salir del río tuvo que ponerse la ropa mojada. Un par de medias que eran las únicas que estaban secas, las utilizó como guantes.
Al llegar a una zona desierta para descansar, Chumbi se acostó y empezó a desvariar. Amigos que hizo en el camino le abrazaron y ayudaron a caminar hacia el camión que los esperaba para el tramo final.
“La pierna derecha se amortiguó por mucha gente encima de mí. Llegamos a la frontera. Todo el mundo se botó del alambrado. Yo no podía, me tiré del carro y me arrastré en la vía. La pierna no me respondía».
«Dos amigos me ayudaron a botarme del alambrado, me abrazaron y me arrastraron hasta el monte”. La ‘pesadilla’ terminó cuando todos llegaron a Houston, Texas.
Chumbi repara y pinta carrocerías
César agradece a Dios y a su madre por darle creatividad y un oficio con el que se gana la vida en Nueva York, Estados Unidos.
Repara y pinta carrocerías. Además, realiza adaptaciones con base en los distintos gustos de los dueños (tuning).
Él mismo tuneó un Honda Fit de 2004, que había caído al mar, con los colores y escudo del Deportivo Cuenca. Para cambiar la imagen del auto utilizó materiales desechados de otros vehículos.
Le adaptó un ala alerón de un Mitsubishi, fabricó unos guardabarros, le colocó unos asientos deportivos usados e instaló las puertas para que se abran hacia arriba al estilo de un Lamborghini.
Invirtió alrededor de 7.000 dólares. Ha recibido ofertas para comprarle y traerle a Cuenca, pero Chumbi asegura que su ‘joya rodante’ no tiene precio.
Cuando pisó suelo americano, César empezó a trabajar en un taller propiedad de judíos. Tras cerrarse el negocio trabajó durante 15 años con unos chinos.
El hijo del propietario le fue enseñando de a poco el inglés. Desde hace cinco años trabaja en el taller de un ruso.
Pasión por Deportivo Cuenca
Chumbi confiesa que lo que ganaba en el taller no le alcanzaba para ir al estadio. Se contentaba con leer deportes en el periódico o escuchar radio La Voz del Río Tarqui.
Un día su primo le invitó a un partido del Deportivo Cuenca y desde entonces no deja de apoyarlo en las buenas y en las malas.
“Fue un sueño hecho realidad ver un partido del equipo en vivo”. Tenía 16 años.
Cada que puede no duda en extender la mano. Fue uno de los hinchas que con aportes de 500 dólares consiguieron reunir una fuerte cantidad para que el bus regrese a manos del Club.
En 2018 regalaba entre 10 a 20 entradas para que la gente vaya al estadio… Recién ‘arrimó el hombro’ con otros querendones del Club para verle jugar al equipo contra Brooklyn FC en Coney Island.
Organizar un partido en Estados Unidos no es fácil ni barato. “Donde vivo la renta de un estadio vale 400.000 dólares”, afirma. Agrega que en la medida de sus posibilidades intentaron dar un buen trato al plantel.
El primer grupo que arribó el 10 de julio entre las 14:00 y 15:00 al aeropuerto Jhon Kennedy fue a almorzar al restaurante asignado. La porción de los platos no satisfizo el hambre.
“Los muchachos se fueron al hotel, pero como llegaron tarde ya no hubo comida. Como tenían hambre pidieron pizza con cola”.
El segundo grupo arribó el 11 de julio. A Chumbi le encargaron comprar 11 pizzas familiares, sodas, aguas y jugos que se sirvieron los jugadores a las 03:00, cuando salieron del aeropuerto.
Chumbi precisa que el gasto que hicieron fue lo de menos porque la ilusión era muy grande por verle jugar al equipo y compartir momentos con el plantel.
Nunca olvidará el momento en que Lucas Mancinelli le regaló su camiseta.
“Cuando se acabó el primer tiempo (contra Brooklyn FC), me llamó Lucas y me dio la camiseta. Estaba llena de sudor porque estamos en pleno verano. De la emoción fui a la cancha a mostrar a la gente la camiseta”.
Mensaje para los que quieren migrar
César Chumbi afirma que el trabajo está escaso en Estados Unidos. La esquina de la Avenida Roosevelt y la calle 69, donde paran los migrantes, hay cientos de personas sin trabajo, hombres y mujeres.
La realidad no es como la gente pinta. Si no trabaja no puede vivir. Cada primero ya tocan la puerta para que paguen el arriendo, máximo dan dos, tres días (de gracia), si no afuera.