Todo cuanto acontece en Estados Unidos tiene repercusión mundial. En el caso del Ecuador, por su economía dolarizada, porque cientos de miles de sus habitantes radican en ese país, la mayoría en situación irregular, y por el apoyo para la lucha contra el narcotráfico, evidente y decisiva durante el gobierno de Joe Biden.
El pueblo norteamericano vivió tenso ante la presión ejercida en contra de Biden, cuya posibilidad de reelegirse estuvo en entredicho a raíz de su flojo desempeño al debatir con su rival Donald Trump. Además, por su aparente mal estado de salud, reflejada en sus inconsistencias verbales.
Esa presión traspasó las fronteras como es lógico suponer al tratarse de la primera potencia mundial, cuyos intereses geopolíticos y económicos están en todo lado y en constante confrontamiento con rus rivales, liderados por Rusia, China, entre otros.
Finalmente, Biden no pudo más, y ha renunciado a su intento de correr por la reelección. La presión la encabezaron líderes, senadores y más coidearios suyos, como anticipándose a una segura derrota ante un Trump, siempre tumultuoso, desafiante, y recientemente más envalentonado luego del intento por asesinarlo.
Los líderes también son reconocidos cuando arrecian condiciones contrapuestas, adversas. No son infalibles ni insustituibles. De allí, de alguna forma, la valentía de Biden para hacerse a un costado. Debió hacerlo antes como quien su partido no sufra mayor desgaste y encontraba lo más pronto al sustituto, o se impedía a Trump tomar ventaja.
Ante a la guerra Rusia-Ucrania; Israel-Hamás, más el interés de China y sus aliados para restarle poder a Estados Unidos, el mundo no sólo está atento para conocer al reemplazo de Biden, sino, sobre todo, para vislumbrar con quien deberán lidiar a partir de enero de 2025.
En el caso ecuatoriano, para saber el destino de nuestros migrantes irregulares, siempre bajo la amenaza de Trump, cuya xenofobia e intolerancia son manifiestas.