¿Las fiestas julianas?

David Samaniego Torres

Ecuador es una nave al garete: frase que ya no incomoda a buena parte de compatriotas. Escribo en julio, en vísperas de aniversarios gloriosos de la ciudad de Guayaquil. Los comentarios sobre nuestra debacle cívica y sus consecuencias nefastas para el presente y futuro, impiden revivir el espíritu alegre y desenvuelto del guayaquileño, los desfiles llenos de colorido y de juventud feliz de ser y existir. Estamos acostumbrándonos, peligrosamente, a considerar el desbarajuste cívico como parte de nuestro folclor.

Recuerdo mis años de docencia en el colegio salesiano Cristóbal Colón: la banda de guerra, los uniformes para los desfiles y el gusto y algarabía con que los integrantes de la comunidad educativa nos volcábamos a la Nueve de octubre para ser testigos del amor fresco y despreocupado de la niñez y juventud, así como del pueblo, a su ciudad. Soy testigo del cariño de la juventud, de la responsabilidad de las autoridades y de aquel ambiente festivo y sano que hacía de esos días una celebración esperada, un foco de atracción, un espacio anhelado para conmemoraciones cívicas y también la fragua de iniciativas y emprendimientos de nuevo cuño. La política, en esos años, era un camino idóneo para agrupar gente en torno a idearios cívicos y a programas para conquistar el poder y devolver al pueblo su confianza con obras. A veces pienso que la paz de aquellos tiempos hizo que nuestra siembra omitiera abonar el terreno con mayor prolijidad: “amor de Patria comprende cuanto el hombre debe amar”.

La educación cívica, en ese entonces, era una manera elegante de presentación de los valores nacidos en los hogares que luego eran profundizados en escuelas y colegios. Los estudiantes aprendían en las aulas a cuidar de su barrio, a preocuparse del ornato de sus hogares, a vestirse adecuadamente y, todos los lunes, al mirar que subían hacia el cielo las banderas de la ciudad y del Ecuador, inconscientemente, empezaban a sentirse felices de  la pertenencia al suelo donde nacieron, a quererlo y a respetarlo más.

Se escucha que las autoridades de educación han empezado a pensar que los actuales comportamientos poco recomendables de la población joven del país, también obedecen a la falta de cultura cívica y, de manera especial, de vivencia de valores que han dejado de ser tradicionales. Este viraje es una noticia plausible. Es un primer capítulo de una obra que desconocemos. (O)