Desde 2018 algunos análisis de playlists y hábitos de escucha de Spotify sugieren que las personas en términos generales dejamos de descubrir música nueva alrededor de los 33 años, y que a partir de esa edad nuestras preferencias musicales se estancan. Algo así como si la música que escuchamos durante la adolescencia y juventud se convierte en la banda sonora de nuestra vida.
Pasada esta etapa, las nuevas exploraciones musicales disminuyen drásticamente, dejando el esporádico espacio para alguna Adele, Taylor Swift, Ed Sheeran o hit mundial como Despacito. Por lo que se entiende que en el playlist de mis padres nunca hayan entrado Soda Stereo o los Hombres G, así como que en mi banda sonora no esté ni vaya a estar el reggaetón.
La nostalgia juega un papel crucial en este fenómeno, ya que la música tiene una capacidad única para evocar recuerdos y emociones del pasado. Daniel Levitin, en su libro «This Is Your Brain on Music», afirma que las canciones que escuchamos durante nuestros años formativos tienen un impacto duradero en el cerebro, porque se asocian con recuerdos significativos y experiencias emocionales intensas.
Conforme pasa el tiempo, buscamos la familiaridad y la comodidad que nos dan las canciones de nuestra juventud, además de que a medida que asumimos más responsabilidades, como el trabajo y la familia, el tiempo para explorar nueva música se reduce. Debido a esto optamos por regresar a las canciones que conocemos y amamos, esas que podemos cantar a gritos, las que nos sacan una sonrisa traviesa o una lágrima solitaria, las que fueron testigo de experiencias importantes, de aventuras inolvidables, esas canciones que nos hablan, y nos trasladan a lugares, momentos y compañía que deseamos revivir. (O)
@ceciliaugalde