El Ecuador parece estar infestado de todos los males habidos y por haber.
La población no solamente vive tensa y, de alguna forma, con pulso negativo a causa de la inseguridad y la falta de trabajo.
Si alguien entra a un restaurant o a cualquier otro lugar de comidas, no importa la categoría ni la ubicación, lo hace convencido de la buena atención, en especial de la seguridad al ingerir los alimentos, en suma de su calidad.
Pero ahora este disfrute también es parte de la preocupación ciudadana. Las razones sobran.
En los últimos meses, la Agencia Nacional de Regulación, Control y Vigilancia Sanitaria (Arcsa), tras las inspecciones de rigor ha decomisado varios productos caducados, sin registro sanitario; igual, alimentos preparados en las peores condiciones higiénicas, infestadas hasta de cucarachas y moscas, dispuestos al aire libre y en utensilios indeseables.
Desde canela molida y otros productos con plomo, de leche adulterada, de medicamentos caducados o de bodegas donde se almacenan granos, llenas de roedores, Arcsa informa sobre la “inmovilización” de 10.047 cosméticos sin notificación sanitaria en Cuenca.
Entre ellos: perfumes, correctores faciales, labiales, cremas, maquillajes.
Los cosméticos sólo pueden ser comercializados si tienen aquella notificación; es decir, los análisis de laboratorio. Eso avala su calidad de inocuidad para el uso humano.
Arcsa también sigue clausurando locales de venta de comidas, entre ellas, las pollerías, en las cuales el denominador común es el desaseo.
En ambos casos, la entidad no identifica los locales intervenidos. Esto, como es de suponer, pone en vilo a los consumidores. Debería revisarse esa política de ocultamiento, hasta para no afectar a quienes sí cumplen con las normas de sanidad o retiran los productos caducados.
No es exagerar, pero estafar o engañar de esa forma a los consumidores, poniendo en riesgo su salud, también es una forma de corrupción.