Sobre los limites

Juan F. Castanier Muñoz

Hace pocos días y con motivo de la inauguración de las olimpiadas, París y la Francia entera se han vestido con sus mejores galas para recibir a la élite del deporte mundial, así como a miles de turistas que visitaran el país galo y su ilustre capital, por tan singular como especial circunstancia. Las luces, el colorido y los detalles de la organización inundarán el Paris extraordinario, hasta que se apague la antorcha de los juegos planetarios. Es inentendible entonces que en medio de todos los esfuerzos técnicos, humanos y económicos que han hecho posible la realización de esta cita mundial, los actos inaugurales se hayan visto empañados por una representación “en vivo” de la Ultima Cena, absolutamente grotesca y carente del más mínimo gusto, más compatible con una mascarada pueblerina que con un número del evento inaugural mundialista.

¿Porqué habiendo tantos motivos, ambientales, deportivos, culturales, artísticos, etc, para darle vida a una idea, a un proyecto o a un mensaje, se les ocurrió escoger justamente a la Ultima Cena, que es una de las manifestaciones icónicas del cristianismo?, y utilizando para ello unos personajes raros, con vestimenta estrafalaria y decoración posmoderna, o sea, “difícil de entender”.

De allí que, ciertas “corrientes”, de ciertas “sociedades”, partidarias del anti-stablichment, se han convencido de que mientras con más ímpetu violenten las normas y los cánones establecidos, de que mientras con más afán rebasen e irrespeten los límites impuestos por la sociedad, pues entonces se vuelven, ante los ojos comunitarios, más cultos, más progresistas, más actualizados y dignos, como no, de reconocimiento y admiración.

Me alegro, como muchos de los que también habran mirado el esperpento parisino, de no haber entendido ni jota de lo que intentaban transmitir sus iluminados creadores. Me alegro también de que la ofensa a la fe religiosa cristiana, no haya suscitado respuestas fanáticas o violentas. Me alegro, por fin, de que quienes se empeñan en no reconocer los límites impuestos por la racionalidad, la tolerancia y el buen sentido, se sigan descubriendo como que son los menos. (O)