Los ecuatorianos consideramos mérito personal el poder ganar dinero trabajando lo menos posible, sin hacer nada inclusive. A poca gente, tanto en el sector público como privado, le preocupa la calidad de su actividad. La puntualidad, señal de buena formación, elegancia y responsabilidad, se considera como una costumbre pasada de moda. Hay, como se puede ver una gran falta de responsabilidad.
La corrupción permanece imbatible debido al criterio de que la posesión de enormes cantidades de dinero es el bien fundamental del ser y de la familia. Hasta ahora no ha habido gobierno que haya estado libre de esta lacra social por la que se pierden los recursos económicos que deberían servir para la salud pública, las vías de comunicación, la seguridad social, la alimentación y educación de nuestros niños y jóvenes. Es el peor mal ejemplo para las generaciones jóvenes que, desde el hogar muchas veces, ven en él el modo fácil y efectivo de obtener enormes cantidades de dinero sin necesidad de educarse ni de esforzarse, sino sólo gracias a la “viveza” y el oportunismo. La corrupción se establece desde el sistema educativo que permite la promoción de estudiantes que saben cada vez menos gracias a sus trampas, a la irresponsabilidad de los docentes, cuando no, en la Universidad, merced a vinculaciones políticas.
Los políticos consideran que sólo su partido vale, que el triunfo de sus tesis personales o partidarias vale más que el éxito de los objetivos nacionales. La meta es el triunfo electoral y no la solución de los problemas del Estado o el éxito de un gobierno que no es el suyo. Ningún político, gobernantes incluidos, dialoga con el ánimo de hallar acuerdos; buscan solo imponer sus tesis.
Resulta indispensable que se comience ya a pensar y actuar para inculcar en la juventud valores como la puntualidad, la vocación por la excelencia, la curiosidad científica, la capacidad de trabajar en equipo, el orgullo de realizar a conciencia las tareas encomendadas, la honestidad pública y privada y el saber que la riqueza material es deseable sólo si se la consigue por medios lícitos. Sin estos requisitos, lamentablemente, no hay esperanza para nuestros países. (O)