Poco se habla hoy de la transferencia de valores morales entre generaciones. Dichos valores, de un tiempo acá, no tienen padre ni madre. Son huérfanos. El atiborramiento de información sobre los adelantos de la tecnología mediática ha sido comprendido como sustitución de funciones, es decir, que el cerebro deje de pensar y que sus funciones sean sustituidas con la transferencia de informaciones, todas ellas carentes de un código moral, impedidas de mantener tradiciones en diversos segmentos del vivir. Esto lleva, inevitablemente a un entorpecimiento de la capacidad de pensar, a cierta desidia y decadencia, a un alejamiento paulatino de los caminos que pueden conducir a un pensamiento mejor elaborado.
En ocasiones pienso a nuestro pueblo eligiendo un código de valores y también de normas que hagan factible establecer reglas de comportamientos indispensables para que esas normas entren en vigencia. ¿Por qué todo esto? Por una sencilla razón: nuestra Constitución y muchas leyes y reglamentos son muy claros y precisos, pero pocas veces se ha pasado del dicho al hecho, es decir, esas normas no han servido para cambiar procedimientos, para corregir errores y enmendar lo nocivo.
Aterricemos. Dejemos elucubraciones quizá innecesarias. Intento responder a una sencilla pregunta: ¿qué nos pasó? Los abuelos de hoy, ¿entregaron a sus hijos el paquete de valores recibidos de sus mayores? ¿Todos los abuelos tenían en sus hogares códigos de valores para entregar a sus hijos? ¿La moral familiar, hace cinco o más décadas, tenía códigos de valores que recibidos de sus mayores fueron entregados oportunamente a las nuevas generaciones? ¿Las escuelas y colegios fueron agentes que velaron por esos códigos o, quizá, no? No puedo responder por ustedes. Fui profesor de colegios particulares con orientación religiosa y en esos centros educativos sí se cumplió con ese cometido.
Durante las dos últimas décadas, de manera notoria, las escuelas y colegios no creyeron necesaria la formación moral, no estuvo entre sus preferencias ni programas. Bien vale una investigación al respecto. ¿Se dejó de enseñar moral y cívica, de parte de las autoridades educativas, porque se la creyó innecesaria o tal vez porque pensaron que esa formación no era competencia del sector educativo sino únicamente del ámbito familiar?
Por desgracia los males nunca vienen solos, son cobardes en su osadía. Vivimos en una sociedad que vive de espaldas a principios morales: ‘la piedra se desmorona y el calicanto falsea’. Carecemos de cimientos. (O)