Justicia al servicio de la política

Hernán Abad Rodas

Nada es tan grave en un país, que la dependencia de quienes administran justicia. Si se admite que la independencia de la justicia es uno de los requisitos esenciales de un estado democrático y uno de los fundamentos de la seguridad jurídica, es fundamental que se empleen todos los mecanismos necesarios para erradicar definitivamente cualquier intento de intervención indebido en sus funciones.

Los gobiernos democráticos que defienden la libertad están en un extremo y los políticos autoritarios en el otro.

Cuando consideramos que se exagera el respeto a los derechos de los políticos, y jueces corruptos, acusados de algunos delitos, y además se permite que, en nombre del debido proceso y de la presunción de inocencia, los corruptos se burlen de los ciudadanos que los eligieron; hay que hacer consciencia de que la justicia está al servicio de la política.

Se ha descompuesto tanto la administración de la justicia en nuestro vapuleado Ecuador que hemos llegado a tener sospechosos de corrupción en los puestos de mando de muchas instituciones de nuestro país.

Los jueces que deben hacer las correcciones que el caso amerita tardan mucho, y los políticos están siempre listos para meter las manos en la justicia, con el pretexto de satisfacer la demanda popular. Lacerante realidad que me produce una callada tristeza.

La llamada globalización, junto al poder político y económico que hoy domina al mundo,  y el populismo que reina en los países subdesarrollados, bajo  el oscuro manto de caudillos seudo revolucionarios; han cavado una tumba profunda en la que han sepultado el corazón de la humanidad, con todos los valores que han hecho del hombre un ser superior; y mantienen cautiva a la justicia, impidiendo que  ésta alce la vista hacia al sol, para que  no vea la sombra de su propio cuerpo entre los cráneos y las espinas.

Hay noches, que cuando el velo del sueño cubre mi cuerpo, duermo y me paseo solitario por el valle de las sombras de la vida. Me traslado a orillas del río de la sangre y de las lágrimas, escucho los suspiros aterrorizados de la justicia clamando libertad con impotencia; y contemplando la nada trato de liberarla de su cautiverio.

En verdad, garantizar un sistema de justicia fuerte que combata la corrupción, el crimen organizado y la impunidad, es esencial para el desarrollo de una verdadera democracia justa con instituciones creíbles y confiables.

Lo que no es un misterio de la justicia, es el hecho de que concedamos muerte y prisión a los pequeños delincuentes, mientras se otorga honor, riqueza y respeto a los mayores piratas, déspotas, corruptos, narcodelincuentes y cínicos de toda índole. (O)