Hay una frase, bastante célebre, que suelo encontrar con frecuencia: “Tuve aflicción por no tener zapatos hasta que conocí a alguien que no tenía pies”. Una cita de dale Carnegie que, más allá del empalagoso sabor a libro de autosuperación, guarda un mensaje contradictorio: sí en alguna medida lleva razón en cuanto al hecho de que uno debería estar contento con lo que tiene y no andarse quejando ni envidiando al prójimo por lo que ha conseguido (bueno no siempre), como fruto de su esfuerzo y trabajo; aunque, por otro lado, lleva también implícita la anodina y tediosa reflexión de validar las miserias propias con eso de que siempre hay alguien que está peor. Y esta última, transformada en cultura y actitud ante la vida, es una de los rasgos culturales más perniciosos de nuestra sociedad.
Mas aún, esta frase (este tipo de frases con todo lo que implican), se aplican de punta a punta a nuestra política. Y así, tal cual: estamos contentos, o mejor dicho resignados, con esta democracia a medias, con este gobierno autoritario que invade embajadas, insulta a presidentes, aísla a la vicepresidencia y gobierna para las rancias oligarquías, porque siempre habrá una Venezuela o una Turquía, entre otros cincuenta y dos países, que viven sumidos en tiranías y dictaduras; por lo tanto, estamos bien. O lo mismo, estamos conformes con la pobreza de nuestra gente, porque siempre habrá Haití, una Bolivia, o peor aún, una Somalia, que se ahogan en una dramática miseria, luego, lo nuestro, tampoco es para tanto.
Y yo pregunto ¿Qué pasaría si dejamos de mirar hacia abajo y comenzamos a mirar hacia arriba, hacia las democracias más consolidadas como Uruguay o Costa Rica, o mejor aún, hacia Noruega o Suecia, que son ejemplos a nivel global? ¿Qué pasaría si miramos la situación en la que vive la gente en aquellos países que han dejado atrás la pobreza? ¿No nos sentiríamos, acaso, insultados y avergonzados de este remedo de democracia y estos tiranuelos de medio pelo que nos usan para enriquecerse mientras les duran las llaves del reino? Yo creo que sí. Yo espero, sinceramente, que sí… (O)